La isla del yo

Hay un pronombre que nunca pasa de moda. Tan elemental es que se compone solo de dos letras. Curiosamente no es la primera palabra que aprendemos de niños, pero es la que más solemos usar de mayores. Como está anunciado en el título, a nadie le será difícil adivinar a qué me refiero. Es el repetido pronombre de la primera persona en singular: «Yo». Perdón, lo repetido es el fonema, pero no su contenido. Detrás del mismo término hay tantas realidades y tan diversas como los miles de millones de personas que lo usamos a destajo.

El Papa ha divulgado otra palabra equivalente. Es más fastuosa, incomprensible y proveniente del lenguaje culto: “auto-referencialidad”. Con ella se denuncia lo tóxico que resultan la autoclausura, el aislamiento, el autoconfinamiento en los límites del propio territorio individual. Es cuna de vicios.

Lamentablemente, demasiadas personas se colocan (¿nos colocamos?) solo a sí mismas en el centro de su pensar, hacer y calcular. Solo contemplan su propio ombligo, su yo. Lo miman, lo masajean, lo inciensan… excluyendo a todos los que no sean satélites de su «yo-sol». No es solo egoísmo o egolatría… es incluso pobreza de palabras, de ideas, de intereses, de fortuna (vivir a solas es una desgracia).  ¿Cómo limpiar esa atmósfera asfixiante del aislamiento tan orgulloso como ciego, siempre tan repetitivo como aburrido…?

Paradójicamente, la higiene de la autolatría no pasa por la huida, sino por ir más al fondo, por cultivar la interioridad. La maniobra -difícil de llevar a cabo- es fácil de entender: se trata de convertir el espejo del yo en una ventana que me abre al Tú (con mayúscula) y a los otros. Aunque hoy tienen menos tirón (¿menos?) la oración, la religiosidad, la vida interior… lo cierto es que hay un brote evidente de búsqueda de la profundidad. Se habla más de interioridad, por ser una palabra más neutra, más sugerente, más políticamente correcta… Es la puerta de salida de una sociedad que fomenta sobretodo lo inmediato, lo aparente, lo entretenido y nos instala, sin darnos cuenta, en la superficialidad: consumo sin necesidad, noticias sin verdad, urgencias sin procesos, vidas sin horizonte, entretenimientos sin plenitud, heridas sin sanación, relaciones sin vínculos, ritos sin encuentros, trabajo sin sentido…

La maniobra de sanación no puede ser ni la resignación, ni la ceguera. Hay que entrar más adentro de sí; explorar esa zona más profunda y habitada por Alguien, escucharle silenciosamente y permitirle que despierte nuestro anhelo por lo único necesario. Ahí nos encontramos con muchos, con todos… Que no sea por intentarlo. Llegaremos al gran descubrimiento: ¡¡La isla del yo… es la isla del tesoro!!

Juan Carlos cmf

(FOTO: Ishan @seefromthesky)

 

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