La hija eterna

Me ha sorprendido agradablemente La hija eterna. Me parece una película llena de valores singulares, que juega a ofrecer al espectador una historia que raya las convenciones del cine de misterio, pero en realidad termina por entregar un drama que ahonda en las relaciones maternofiliales de dos personajes que sorprenden y cautivan.

La acción sucede en un único escenario: una mansión envuelta en un perpetuo halo de niebla, con pasillos oscuros, escaleras empinadas. En el pasado fue residencia de las dos protagonistas; ahora, reconvertida en hotel, acoge unos días a madre e hija. Ésta es una cineasta que intenta escribir un guion que recree la relación mantenida por ambas. En todo momento, Julie (la hija) se muestra atenta con su madre, dispuesta a satisfacer sus necesidades y hacer de la estancia en el hotel una experiencia grata. Encuentra en un piso alto un espacio donde poder concentrarse en su trabajo, cosa que no le resulta fácil. El diálogo con su madre se revela respetuoso, pero también distante. Esto queda más evidente por la solución formal del continuo plano-contraplano, que impide que las dos protagonistas compartan un mismo espacio: solución creativa motivada por el hecho de que los dos personajes están interpretados por la misma actriz, pero también reflejo de esa imposibilidad de acercarse física y emocionalmente. En algún momento, entenderemos por qué.

El escenario recuerda otras películas que intentan sorprender, crear inquietud, e incluso asustar al espectador con las estrategias formales utilizadas en el cine de misterio. Algunos planos de esta película parecen estar tomados de esas películas, pero en este caso no existe inquietud, ni hay voluntad de asustar. No hay ningún golpe de efecto que sorprenda e inquiete. Más bien, el escenario exterior es reflejo de una zozobra interior vivida por la hija que quiere aprovechar esos días para profundizar en la relación con su madre y facilitar un espacio de acogida cariñosa. La realizadora Joanna Hogg vivió la muerte de su madre cuando la película estaba en fase de montaje. Este dato concede a la película un matiz que hace de ella una forma de manifestación del duelo. Los planos pretendidamente llenos de suspense, nocturnos, neblinosos, el ambiente aislado del hotel, la actitud poco acogedora de la empleada (recepcionista, camarera, chica para todo), ciertos ruidos nocturnos, puertas que se abren sin razón aparente… no transmiten inquietud, ni creo que sea la intención de la realizadora.

La hija eterna nos ofrece más bien una mirada introspectiva a los efectos provocados por una ausencia irremediable.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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