En repetidas ocasiones he propuesto en esta sección películas que rozan el drama, cuando no lo invaden plenamente; se trata de historias muy reales que acompañan el itinerario de quienes sufren y se revuelven contra el destino que les ha impuesto la triste situación de la que quieren salir. Cuando vivimos una profunda crisis provocada por la pandemia en la que estamos inmersos, y cuando muchas personas han visto cómo su estado se ha vuelto inquietantemente frágil debido a la pérdida de empleo, detenerse en una película como La hija de un ladrón es un intento (necesario) de mostrarse cercano, empático, con quien (mal)vive y, como le sucede a la protagonista, estalla desesperado incapaz de soportar el peso de su orfandad.
Sara (a la que interpreta con hondura y sentimiento la actriz Greta Fernández) es una joven madre, deseosa de cariño y compañía. Vive en un piso de acogida con su hijo pequeño, ya que, pese a sus deseos, el padre de éste no quiere comprometerse a una vida en común, aunque le muestra cariño y respeto. Los cuidados del bebé y la preocupación por su hermano, que reside también en un centro de menores, la empujan cada día a buscar un trabajo que le proporcione la estabilidad necesaria para conseguir su custodia y así formar lo que más ansía: una familia que la ayude a eludir la soledad.
La hija de un ladrón se inscribe en una línea de cine cercano a situaciones reales, que tiene ejemplos notables en el cine europeo. Pensemos en los hermanos Dardenne, belgas, cuyas películas siempre son sinceros testimonios de luchadores por la vida; o en Ken Loach, británico, de quien hemos escrito en este blog recientemente; o Robert Guédiguian, francés, retratista del extrarradio mestizo y proletario de Marsella. La realizadora Belén Funes inaugura su filmografía con esta película honesta y dura que no transige con ninguna fórmula acomodaticia, sino que se acerca con hondura y sin limar asperezas a la vida de Sara. La interpretación de la joven Greta Fernández (hija del actor Eduard Fernández que interpreta a su padre, el ladrón del título) llena sus fotogramas de fuerza, de luz y, en última instancia, de una profunda tristeza. El premio que le otorgaron en el festival de San Sebastián es más que merecido, pues ella sostiene el peso de esa vida en construcción. Todo su proyecto vital, su esfuerzo y su sueño es tener una familia donde querer y sentirse querida. Sara es sentimiento y ternura en su aparente frialdad. La última escena, el último plano de la película es conmovedor: el milagro de una esperanza que se rebela para mantenerse firme, o tal vez la decepción de una nueva derrota, quizá definitiva. Todo ello está en el rostro de esta actriz maravillosa.
Antonio Venceslá Toro, cmf