La gran enferma

Quizás tengan razón los que consideran que la gran enferma de nuestro tiempo es la familia. Posiblemente sea también es “la más despreciada”. Es rara la familia que no tenga su “colección de problemas”. Me estoy refiriendo a todo tipo de relaciones familiares ya sean monoparentales, homoparentales, nuclear, extensa, ensamblada, adoptiva… Y tal vez, casi todas padecen algo que es lo que agrava: lo poco que hacemos por ellas, sin escorar la responsabilidad sólo hacia la clase política. Aquí todos nos jugamos mucho, porque la perpetuación de la familia es una ley absoluta para la pervivencia.

Los signos de crisis de la familia son impresionantes. Y parece que se han desbordado con la pandemia. Pensemos no sólo en la violencia que se consuma entre las cuatro paredes domésticas. O tantas puertas blindadas que aíslan, encerrando egoístamente alegrías y tragedias. Pensemos en otras tantas situaciones “menores” como la falta de comunicación, las conductas inadecuadas o impulsivas, el uso o abuso de gastos, el rigorismo o la permisividad (las dos), la desacertada gestión de los servicios domésticos, las torcidas tomas de decisiones, las faltas de respeto…

Si nos detenemos en particular en las relaciones entre padres e hijos, ¿será verdad lo que Oscar Wilde declaró -de forma tan mordaz- al afirmar que “al comienzo, los hijos aman a sus progenitores; después de un tiempo, los juzgan; al final, les perdonan rara vez o casi nunca”? Muchos llegan a reconocer que, en efecto, se cumplen esas tres etapas en su vida: El niño que ama y admira a sus progenitores; el adolescente que primero se escandaliza de sus hipocresías y después se distancia… y finalmente el adulto, que se toma su revancha contra ellos, acusándoles de lo mal que lo hicieron con él…

Indudablemente hay algo de verdad en todo esto, y todos los padres deberían reflexionar serenamente sobre la lección que esconde esa sentencia… pero sin olvidar la otra cara de la moneda, la que se refiere también a los hijos y a sus culpas. Y éste es otro capítulo y muy distinto. Pero sería una injusticia no aludirlo también y colaborar en todo lo que se pueda para reconducirlo.

Urge que ayudemos a padres e hijos a encontrarse a gusto con su familia. En muchísimos casos no sería imposible. Llegar a entender que, a fin de cuentas, si ponemos en una balanza todos esos arañazos y zancadillas recibidos serán siempre muchísimo menores que el gran amor que todos, -padres, hijos, hermanos- pusieron en el otro platillo de la balanza de sus vidas. ¿Somos personas afortunadas? Probablemente no sería fácil responder en positivo. Pero ¿en nombre de qué podríamos fingirnos unos mártires de nuestra familia si es cierto que, a pesar de todo, hemos tenido más ayudas y comprensión que dificultades?

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Tyler Nix)

 

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