La vida no es más que el naufragio de nuestras llanuras.
La ganadora del Oscar como mejor película en la última edición de estos premios se revela como una narración muy a contracorriente de lo políticamente correcto y socialmente aceptado. Porque La forma del agua hace ostentación de un estilo y una perspectiva contraculturales.
La historia que nos narra es una fábula muy hermosa, tal vez inspirada en una película fantástica producida en los años cincuenta del siglo pasado, “La mujer y el monstruo”. También en La forma del agua (título sugerente y poético) hay una mujer (encantadora, sonriente en su desamparo, generosa, altruista, compasiva) y un monstruo (un ser mitad humano, mitad anfibio, desamparado y solo, arrancado de su ambiente). Elisa es el nombre de ella. Solo se comunica mediante signos porque no puede hablar. Trabaja de limpiadora en una instalación gubernamental secreta. Estamos en plena guerra fría. Allí entra en contacto con una extraña criatura de la que se compadece y a la que decide ayudar a escapar cuando conoce que su vida corre peligro. En su plan cuenta con la ayuda de un vecino (homosexual), una compañera de trabajo (negra) y de manera tangencial un científico ruso que también se siente atraído por las peculiaridades de la criatura. La orientación sexual, el color de la piel, o la ideología disidente conforman un conjunto que subraya la voluntad de Guillermo del Toro de enfrentar a estas personas alejadas de lo convencional con quienes representan el orden establecido (un agente prepotente e irrespetuoso y un militar de alta graduación sin escrúpulos a la hora de intentar conseguir sus objetivos).
Así, La forma del agua se convierte en una fábula desarraigada que promueve la disidencia y hace un elogio de la marginación como el reducto donde resisten las personas que conservan su humanidad. Y aboga por el reconocimiento de lo distinto como capaz de sentimientos e identidad propia y, por eso, peligroso o prescindible.
Y junto a esta lectura política y subversiva, destaca otra que se alza como el centro de la función: la película es una historia de amor entre dos seres distintos, pero igualmente solos y necesitados. El encuentro entre ambos podría parecer una locura sin sentido ni dirección razonable, pero la película no se detiene en estas consideraciones. No lo cuestiona, tan solo lo presenta con toda normalidad, defiende su oportunidad y orienta el relato para vencer nuestra incredulidad. El colofón de la película acentúa el tono romántico que se ha adueñado de ella: “Incapaz de percibir tu forma / te encuentro en todo cuanto me rodea. / Tu presencia llena mis ojos con tu amor / y llena de humildad mi corazón / porque tú estás en todas partes”.
Junto a la historia narrada, es digno de valorar el diseño de producción que nos ayuda a retroceder a los años grises de la tensión de los bloques (las instalaciones gubernamentales llenas de frialdad), y a la grisura de la vida de Elisa (su apartamento, su vida rutinaria sometida al vaivén de la normalidad y, por ello, sus sueños de escapar a otro mundo, otra vida). Y no menos digna es la interpretación de su protagonista, Sally Hawkins, actriz británica que, sin palabras, logra hacer creíble una historia, en apariencia insostenible.
Antonio Venceslá, cmf