LA FELICIDAD AL ALCANCE DE LA MANO

Mi amigo Pedro María Zabilde fue al barbero (y yo pido permiso para contar a mi manera lo que le sucedió y viene en su libro La felicidad no es para tontos). El barbero, hablador como un abogado, consideraba que una buena conversación era parte de su oficio, tanto como el pincel o la navaja. En cuanto vio su cliente acomodado en el sillón, le disparó la pregunta de su ritual:

– «¿Fútbol, política, religión?»

– «¡Fuego! -dijo mi amigo para sus adentros- ¡qué menú tan variado!» Y optó: – «Religión».

– «¿Religión ligera o religión fuerte?»

– «Fuego!» -susurró de nuevo para él-. «¿Qué diferencia hace?»

– «Pues mira: religión ligera es comentar, por ejemplo, que el 17 de enero es día de Santo Antón, que Nuestra Señora de Fátima apareció el día 13 o que el Papa tiene más otoños que mi suegra. Y la religión fuerte es… no sé si me entiende, profundizar».

– «Pues entonces, religión fuerte».

Y el buen hombre sacó inmediatamente del bolsillo un ovillo de preguntas, más o menos complicadas, que venía almacenando de conversaciones anteriores.

– «¿Qué piensa acerca de la existencia del mal? ¿Cree que un Padre consentiría terremotos y ciclones donde mueren miles de criaturas, entre las cuales niños inocentes sin ninguna defensa?»

– «De acuerdo, yo…»

Pero el barbero solo dejaba que el interlocutor dijera un «bien», porque disparaba luego una nueva ronda de preguntas:

– «¿Y qué me dice de las injusticias que manchan nuestra sociedad? ¿Le parece bonito que los países se hundan en la miseria y que otros eructen riqueza y abundancia?

– «Bueno, de hecho…»

– «¿No crees que los cristianos deberíamos caminar un poco más alegres? ¿Mostrar que tenemos fe en una persona que está viva y se recomienda, y no dar esa imagen que a veces damos de pobres diablos, arrugados y tristes como un catafalco?»

Después de esta toma tuvo que respirar profundamente, lo que permitió a su oyente declarar con decisión:

– «Bueno, estoy de acuerdo contigo de pies a cabeza».

El barbero continuó su trabajo y mi amigo se quedó pensando en esa gran verdad como Nueva York: los cristianos deberían sentirse obligados a cumplir el mandamiento «Serás feliz». Si andan afligidos y bisoños dejan mal a Dios, pues dan a entender que el servicio divino constituye pesada carga en vez del alegre privilegio que es servir al Rey de reyes.

Considera Pedro Zabilde que la felicidad aún no está racionada y que un ciudadano, para ser feliz, necesita tres cosas importantes: unas gotitas de bondad, dos dedos de inteligencia y sentido de orientación.

Un buen corazón para empezar. Hay personas que sufren del hígado, son egoístas y parece que todos los días comen tigre en el desayuno. ¡Esa gente se despide de la felicidad! Para ser feliz, tenemos que ser amables, cordiales, sentir gusto de ver a los otros más felices. ¡El vinagre del corazón agrio -y de qué modo-! la ensalada de la vida. Hay que decir «hola», «buenos días», «bien haya», «por favor», «disculpe» como quien hace brotar desde dentro un manantial puro. Un elogio sincero o una sonrisa encienden más que cien lámparas. La ecología del optimismo y de la esperanza necesita militantes de todos los partidos.

En segundo lugar, para saborear la felicidad, se necesitan unas piedrecitas de inteligencia y de sentido común. Quien se mete todo el tiempo en problemas -problemas de economía, problemas del juego, del alcohol, del tabaco, de la droga o de hábitos malos- arruina su felicidad y la de su familia, comunidad, amigos, vecinos.

Y es necesario, por último, saber conducir el coche de la vida por la carretera correcta, sin salir de la pista. Correr sin pagar peajes de reflexión tranquila y profunda no conduce a la fuente de la alegría y del sentido, que consiste en creer en Dios y amar al prójimo.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Skitterphoto)

 

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