La fe y las dudas

Ante lo que se da por cierto, oímos: “No me queda la menor sombra de duda”. También se dice que “la ignorancia es muy atrevida”. Esto ocurre también con la fe. Unos la abandonan o la abrazan sin dudar, sin hacerse preguntas. Otros, sí que se preguntan y preguntan: “Yo tengo tantas dudas sobre la fe… ¿Qué debo hacer? ¿Usted no tiene jamás dudas?”. Abordamos aquí la cuestión de si se puede creer y dudar a la vez. Ofrecemos este puñado de afirmaciones con el deseo de abrir otras reflexiones y conversaciones.

  • La duda forma parte de la vida. Nadie debe erigirse en dueño absoluto y definitivo de la verdad. Nuestros saberes son siempre relativos. Somos sedientos buscadores de sentido, no sus poseedores. Una duda es una pregunta que nos pone tras el rastro de la verdad. Mientras vivimos dudamos, porque la vida es misterio. Lo importante es que la duda despierte en nosotros el deseo de búsqueda y nos convierta en incansables exploradores de la verdad. Pero de la duda nunca podremos salir por nosotros mismos.
  • La duda forma también parte de la fe. La fe nos sitúa ante lo que nos sobrepasa, no ante lo absurdo. Es capacidad de soportar dudas. Dudar no es necesariamente una señal de falta de fe ni una enfermedad de la fe. Dudar nos lleva a purificar nuestras creencias ingenuas o prefabricadas y nos permite la inmersión en ese misterio que es Dios, que es el otro, que somos nosotros mismos. “La fe no elimina las preguntas; es más, un creyente que no se hiciera preguntas acabaría encorsetándose”. Ratzinger dixit.
  • Creer no es pensar sino amar. El acto de fe no se reduce a un conocimiento claro y distinto de una verdad abstracta, sino la adhesión íntima a una persona, a Jesucristo el Señor. Las dudas hacen crecer si nos encaminan a conocer mejor a Cristo y amarle más. Así accedemos al nivel más profundo de la fe que es el amor y la confianza. Sin ese salto de adhesión confiada quedaríamos atrapados bajo las redes de la ignorancia o bajo las cadenas del error, lo que es peor.
  • Hacer saltar las alarmas. El dudar se convierte en peligroso con el entreguismo, dejando que se extienda en caída libre por la mente y el corazón. Esto ocurre cuando en momentos de dudas no se hace nada: ni se acude a la Palabra de Dios ni al buen consejo de quien tiene experiencia. No minusvaloremos el consejo. Aconsejar al que duda es una obra de misericordia. Sin ayudas, la duda desemboca en escepticismo, aunque parezca que es un territorio cómodo o neutral.

Concluyamos: Existe una duda natural en el creer y en el amar. Ante ella evitemos dos extremos: La indiscutible seguridad y la duda obsesiva. La virtud está en medio de ambas. Es síntesis de contrarios.

Juan Carlos cmf

(FOTO: creativeart)

 

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