La conversión de los deseos

La mayor conversión que Jesús lleva a cabo en quien se encuentra con Él es la de los deseos. Siempre queremos algo (un proyecto, unos gustos, unas personas, unas experiencias, el evitar desgracias…) y está bien, porque es Dios quien pone en lo profundo de nuestro corazón los deseos.

Pero al encontrarnos con Jesús nos damos cuenta de que algunas de nuestras aspiraciones son demasiado pequeñas como para percatarnos de lo que el Señor quiere darnos, que es un don infinitamente más grande que nuestras expectativas.

Jesús viene al mundo alejado del escenario más selecto de la historia, no en la corte de un rey, ni en el Templo de Jerusalén, por ejemplo. Su nacimiento no interfiere con los protagonistas de su tiempo. Jesús viene al mundo alejado de la élite pública, escondido y se muestra niño, pobre y vulnerable.

El pueblo hebreo esperaba un militar, pero Jesús nace como niño. No una persona que libera por actos de fuerza, sino un niño que necesita ser tutelado, un indefenso que, más que ofrecer protección, la precisa. Nosotros necesitamos que alguien cubra nuestras espaldas, pero Él, en cambio se entrega en nuestras manos para ser cuidado. La vida espiritual no es buscar una garantía o una exención de dificultades, sino comprender que somos nosotros quienes tenemos la responsabilidad, quienes hemos de proteger a Jesús.

Sin María y José, sin la ayuda humana de algunas personas, Jesús no habría podido hacer nada. Porque desde su nacimiento su vida estuvo constantemente en riesgo y se salvó gracias a la participación de personas concretas, llenas de bondad… pero humanas.

Comprender todo esto, es decir, que Jesús sigue necesitando ser protegido en nuestro corazón, representa una revolución dentro de la vida espiritual. Si nosotros no protegemos a Jesús, si no le damos espacio, entonces el mundo lo ahoga, lo destruye, lo persigue, lo mata.

En esta línea, es estremecedora la oración de Etty Hilessum (1914-1943) cuando los judíos holandeses ya soportaban las medidas concebidas para su deportación y exterminio en los campos de concentración. Antes de morir, el 11 de julio de 19042 Etty escribe: “Corren malos tiempos, Dios mío. Esta noche me ocurrió algo por primera vez: estaba desvelada, con los ojos ardientes en la oscuridad, y veía imágenes del sufrimiento humano. Dios, te prometo una cosa: no haré que mis preocupaciones por el futuro pesen como un lastre en el día de hoy, aunque para eso se necesite cierta práctica… Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros”.

Preguntémonos si nos sentimos responsables de Cristo, si lo estamos protegiendo, si estamos cuidando a un niño débil y pobre que ha escogido estar en nuestra vida, en lugar de nacer como guerrero y protagonista. Sí, porque el Mesías es pobre y esto quiere decir que no pude darnos nada de lo que el mundo normalmente nos da. Sus manos están vacías y además están traspasadas por las llagas de la cruz.

Él no nos colma de cosas, pero nos colma de sí mismo. La única razón por la que Jesús puede decepcionarnos está relacionada con nuestras expectativas, con nuestros deseos materiales. Su propósito es cambiarnos de vida, porque nos da lo único que puede alterar y salvar nuestra existencia: su persona.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Wil Bolaños)

 

Start typing and press Enter to search