La caída del imperio americano

Montreal, Canadá. Comienza un nuevo día, la ciudad se pone en marcha, los sin techo recogen sus escasas pertenencias y dejan libre el lugar que han ocupado durante la noche. La escena, apenas una nota al margen en el conjunto de la película, pertenece a La caída del imperio americano, del realizador canadiense Denys Arcand, que hace tiempo nos ofreció una visión ácida y mordaz de la realidad en El declive del imperio americano y Las invasiones bárbaras, con la que ésta cierra una trilogía que mira el mundo con escepticismo y talante descreído.
En formato de fábula y con elementos que rozan la inverosimilitud, asistimos a la historia de un grupo de personas que se proponen llevar a cabo unas actividades ilegales, pero bienintencionadas. Algo así como Robin Hoods de nuestro tiempo, que con los bienes ajenos asisten a los que necesitan atención y cuidado.
Un joven, doctor de filosofía, trabajador en una empresa de reparto para poder sobrevivir, se encuentra sin pretenderlo con una gran cantidad de dinero, fruto de un atraco frustrado, cuyos responsables han muerto o huido sin el botín. En la enmarañada argucia diseñada por Denys Arcand para que el ingenuo y bondadoso protagonista consiga su propósito de conservar el dinero contará con la ayuda de una prostituta de lujo (la más cara de Montreal dirá la policía de ella), reconvertida en generosa colaboradora, primero, y cariñosa pareja, después (repito, para disfrutarla película hay que dejar en suspenso la verosimilitud) del protagonista; también le ayudará un recién salido de la cárcel, profundo conocedor del mundo de la delincuencia y las tretas necesarias para sortear los riesgos de la prisión. Y, en última instancia, el presidente de un importante consorcio que facilitará el modo de blanquear el dinero y eludir las cortapisas legales que dificultan sacar el dinero del país. Paralelamente, intervienen también la banda del crimen organizado responsable del atraco y dispuesta a lo que sea para recuperar el dinero.
Parece un argumento algo confuso o complejo, pero vista la película es entretenida, capta la atención y junto a una narración multigenérica que ofrece momentos de comedia, o de cine policiaco, invita también a una reflexión crítica sobre los mecanismos que mueven la economía y dejan marginadas a miles de personas, en aras del valor absoluto otorgado al dinero y de la subordinación de los valores que dan sentido y humanidad a la vida social al lucro y la hipocresía más banal.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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