La boda de Rosa

Cuando finaliza La boda de Rosa, habrá quien piense que Iciar Bollaín, su directora, ha compuesto un elogio del egoísmo. Y es que la protagonista, harta de anteponer los intereses de los demás a los suyos, decide embarcarse en un proyecto casi alucinado, una huida hacia adelante con una hoja de ruta bien diseñada: anteponer los propios intereses a los ajenos, sin menospreciar estos, pero dejando claro el lugar que ocuparán en su ideario particular. Como canta Rozalén en la hermosa canción que escuchamos durante los títulos de crédito finales: Si elijo ser mi prioridad no es cuestión de egoísmo. El tiempo de calidad parte dedicado a uno mismo”.

Creo que fue Erich Fromm quien en alguna de sus obras habló del amor a uno mismo como condición o resorte necesario para un amor a los demás productivo y enriquecedor. Decía el pensador alemán que quien no se ama a sí mismo, difícilmente podrá amar a los demás con un amor que surge de la propia esencia personal que se despliega en un abanico de posibilidades. También canta Rozalén: “Si quiero mejorar el mundo, primero voy a mimarme yo”.

Rosa (interpretada de modo muy convincente por Candela Peña) está cansada y el gesto reivindicativo que emprende, lejos de aislarla o encapsularla en un reducto propio e individualizante, la convierte en detonante de cambios profundos en sí misma y en quienes hasta ese momento la utilizaban para vivir sus vidas centradas (éstas sí) en sí mismos: su padre dependiente, su hermano (adornado con todos los tópicos que caracterizan al egoísta inconsciente), su hermana (incapaz de reconocerse de verdad en la vida desnortada que lleva) o su hija (que deambula sin rumbo ni proyecto). Por esto, creo que no hay en La boda de Rosa ningún elogio del egoísmo. Más bien todo lo contrario. Y es coherente que sea así viniendo de Iciar Bollaín que en su ejemplar filmografía ha ofrecido historias que recorren las vidas de personas que alumbran el camino propio y así pueden disponerse a iluminar también el ajeno: la mujer maltratada de Te doy mis ojos, la educadora generosa de Katmandú, el cineasta concienciado de También la lluvia, la joven rebelde y emprendedora de El olivo. Como fue la propia realizadora en su primer papel en el cine en la maravillosa El Sur, o más tarde como luchadora responsable en Tierra y libertad.

Y todo está envuelto en el ropaje de la comedia, porque cuestiones de muy hondo calado como las tratadas en esta hermosa película están planteadas sin dramatismos y los personajes (sobre todo los dos hermanos de Rosa, a los que interpretan Sergi López y Nathalie Poza) resultan entrañables en su desatino, primero, y en el reconocimiento de su deriva existencial, después.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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