JUGAR CON PALABRAS

El ser humano es el único que cuenta con el maravilloso recurso del lenguaje para comunicarse con los demás y con Dios, por más que la comunicación con el Invisible suponga una atrevida inmersión en el misterio. Una antigua historia judía cuenta que un anciano llegó a una respetable edad con la mente y la vista empañadas. Ya no conseguía leer su biblia ni hacer sus oraciones. Cuando ya sus ojos no le permitían la lectura, decidió comunicarse con el Altísimo con estas palabras: “A partir de ahora, recitaré cada mañana y cada tarde el alfabeto hebreo cinco veces y Tú, Señor, que conoces todas nuestras oraciones, ordenarás las letras para que compongan las que ya no soy capaz de recordar ni de leer”.

Es acertada esta simpática ocurrencia de poner en las manos de Dios lo poco que aquel judío decrépito podía hacer en su vejez. Y da que pensar sobre el recto gobierno de los términos. En efecto, una determinada combinación de palabras puede conseguir resultados del todo contrarios según el orden que se les asigne. De hecho, con las mismas palabras se han escrito las historias más fascinantes, pero también se han fomentado odios entre hermanos y vecinos; se han tejido los más dulces coloquios de amor, pero también se ha engañado a muchas mentes con mentirosas ideologías; se han escrito oraciones, y también se han proferido blasfemias. Consiguen transmitir verdades y falsedades, belleza y obscenidad.  Las palabras, en suma, pueden conducir a la gloria o al infierno.

Pero el lenguaje fue creado para entendernos, conocernos, comunicarnos y ayudarnos. Tiene un origen superior y divino. Nos quedamos aquí con la atrevida observación del jesuita francés Dominique Bouhours a Carlos V recomendándole que “si quería hablar con damas, usara el italiano; si quería hablar con los hombres, utilizara el francés; si quería hablar con su caballo, el alemán; pero que si quisiera hablar con Dios empleara el español”.

Sin discutir sobre la exactitud de la anécdota, es conocida -y también discutida- la convicción de que nuestra fulgurante lengua cervantina es un idioma creado para hablar con Dios… ¡Como lo son todos los idiomas! Todos se valen de una extraordinaria colección de signos (letras y fonemas) que contienen un poder maravilloso e ilimitado para crear la belleza y el bien o para producir el mal. Encomendar el cuidado de nuestra lengua al buen Dios no solo es un gesto plausible de inocencia de corazón sino, sobre todo, de prudente sabiduría. Porque, bien gobernada, la lengua es herramienta superior e imprescindible para crear el bien.

Juan Carlos Martos Paredes, cmf

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