Es interesante ver a los niños que juegan al escondite en el patio. A quien le toca, tiene que cerrar a los ojos y empezar a contar mientras otros se esconden. A la cuenta de diez, todos tienen que estar escondidos, quietos, en silencio… Y sólo entonces, comienza la búsqueda. Cuando se ha terminado de encontrar a todos, se va cambiando entre uno y otro para “quedársela” y contar y jugar de nuevo. Así sucesivamente hasta que termine el juego.
La experiencia de la vivencia de la fe nos muestra a veces su lado oscuro. Se trata de lo escondido, de lo que no entendemos, del misterio de Dios. Desde la experiencia extrema que nos viene como la enfermedad, la muerte de la persona querida, de la soledad, del vacío interior, de la experiencia de desolación vocacional… uno empieza a preguntarse: “¿Dónde está Dios?” E incluso pregunta: “¿Dónde está mi hermano?”
Ante esta pregunta, el profeta Isaías nos menciona a Dios como un Dios escondido (cf. Is 45,15). Es el Dios que abandona a su pueblo Israel en Babilonia. Se trata, por un lado, de una realidad misteriosa de Dios que no podemos entender y, por otro, la esperanza el hombre tiene puesta en Dios, como una expresión viva de la fe.
Quizás, en este momento, Dios nos invita a “jugar el escondite” con Él. Dios a veces “se esconde”, y nos toca ahora buscarle. Una búsqueda constante que requiere un silencio profundo. Porque Él no está lejos, está allí, en el fondo de nuestro corazón. En “lo más íntimo de nuestra intimidad” dijo San Agustín. Él está allí escondido, y a veces nos habla desde “un ligero susurro de aire” (1Re 19,11-12) que pasa por la vida. Por eso, no resulta fácil encontrarle por “el ruido” del mundo y del pensamiento en donde que encontramos en nuestra sociedad. Hay que tener paciencia.
Pero, el “juego” todavía no ha terminado, ahora a Dios le toca “buscar”. Y nosotros somos quienes nos hemos “escondido” de Él. A veces nos “escondemos” en nuestras actividades, en nuestros estudios, en nuestras reuniones que no nos permiten encontrar o dejarnos encontrar por el Señor. Es necesario esconderse en el “juego” para “jugar”, pero esconderse por el miedo, eso ya es otra cosa. Porque donde hay miedo, no hay amor. Porque Dios es Amor, por tanto no hay miedo en Él, ni en los que le aman de verdad.
¡Ojo! Dios tiene una pedagogía en el “juego”. Nos deja encontrarle y encontrarnos a nosotros mismos en la búsqueda. Así pues, ánimo y sigue buscando su voluntad en cada circunstancia de tu vida y misión, en cada hermano de la comunidad, en cada persona que encuentres… “porque quien busca, encuentra”.
¡Ahora, empieza el juego! ¿Quieres jugar?
Tomas M. Joustefen, cmf