Son interesantes, a mí me lo parecen, las películas que se ubican en una especie de subgénero que llamamos ‘cine-dentro-del-cine’. Son producciones que nos cuentan aspectos de la vida de actores o actrices que en su día ocuparon titulares y atrajeron las miradas de miles de espectadores, pero que, en su vida privada, adolecían de los problemas de cualquier ser humano, y en ocasiones de muchos más. Y también nos acercan a la fauna que poblaba el sistema de los estudios con sus consecuencias, con frecuencia perjudiciales, para las estrellas del firmamento cinematográfico.

Judy Garland fue una actriz y cantante que en la época dorada de los estudios hollywoodenses destacó, siendo apenas una adolescente, a finales de los años treinta del siglo pasado con El Mago de Oz, película que disfruta de continuas reposiciones y sigue atrayendo a muchas personas, y otras producciones. La joven Judy fue contratada por la Metro (ese estudio que presumía de tener más estrellas que el cielo) con trece años, y durante los quince años que permaneció bajo contrato por el estudio fue manipulada y explotada aguantando interminables jornadas de rodaje a base de barbitúricos y anfetaminas. Esto le provocó una inestabilidad emocional que le afectó durante toda su vida. En Judy, la película, se alude bastante de pasada a esa situación como detonante o causa remota de los desórdenes que sufrió en la etapa final de su vida, que es la que aparece en esta película que, inspirada en un texto teatral, narra los últimos meses de la vida de la actriz.

Judy Garland, ante las dificultades económicas que sufre, acepta viajar a Londres para ofrecer varios recitales, con la esperanza de recuperarse económicamente y volver a Estados Unidos para reunirse con sus hijos, que han quedado al cuidado de su padre, del que Judy está divorciada.

La mayor parte de la película presenta las contradicciones y carencias afectivas de una mujer que aclamada por el gran público vive la soledad en su vida privada, refugiándose en el alcohol y en el consumo de pastillas.

Puede parecer un tópico, pero no son extraños casos como el de ella: actores y actrices que resplandecían en las marquesinas de los cines, pero vivían un sufrimiento interior del que difícilmente podían escapar salvo el día de su prematuro fallecimiento, como fue el caso de Judy.

No podemos hablar de Judy sin subrayar el trabajo de la actriz que la interpreta; Renée Zellweger se convierte en Judy Garland, realizando una interpretación prodigiosa que ha recibido merecidamente todos los premios posibles. Solo por verla a ella merece la pena acercarse a esta película.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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