Existe en la cultura británica una larga tradición de teatro de marionetas protagonizado por una pareja que en la ficción del pequeño escenario se golpean reiteradamente. Aunque más exacto es decir que él la golpea a ella. Se llaman Punch y Judy. A partir de esa tradición la realizadora australiana Mirrah Foulkes ofrece una historia que subvierte el principio de la historia original, convirtiéndola en una producción de rebeldía contra las actitudes machistas que se muestran.

Judy y Punch (el título de la película invierte el orden de los protagonistas, colocándola a ella en primer lugar, todo un síntoma de las intenciones que subyacen en la producción) tienen un teatro de marionetas en una aldea alejada y oscura, llena de superstición e ignorancia, donde el miedo a la brujería, y los castigos (lapidaciones, ahorcamientos…) a quienes son acusados de tratos con el diablo están a la orden del día. Nos situamos en el siglo XVII en una sociedad marcada por el temor a la diferencia y la pretensión de uniformidad.

Punch aspira a triunfar en la gran ciudad. Pero sus infidelidades y su gusto por la bebida trastocan los planes y la convivencia de la pareja. Se producen unos hechos que derivan en tragedia y Judy sufre las consecuencias de los devaneos y la ira de su marido. Encuentra acogida en una pequeña comunidad, fuera de la aldea, formada por personas excluidas que han de permanecer ocultas, obligadas a vivir al margen de la sociedad, para huir así del castigo que los normales les pueden infringir. En este contexto, Judy pasa algún tiempo mientras planea hacia dónde dirigir sus pasos y poder recuperar, al menos en parte, la normalidad de su vida.

Con un tono de fábula moral, Judy & Punch ofrece una historia de la que podemos extraer algunas enseñanzas: la necesidad de respetar a los diferentes, la exigencia de disponer los medios que garanticen la convivencia entre las personas, y de manera muy gráfica, la denuncia de comportamientos violentos en el seno de las parejas (algo desgraciadamente muy actual en los tiempos que vivimos). El valor de una película reside, aunque no solo, en su capacidad de desplegar su historia más allá del tiempo narrado para proponer valores que lo superan actualizando su propuesta. Así sucede, me parece, en Judy & Punch.

En el conjunto destacamos el esfuerzo de producción para recrear un ambiente tan hostil, y la interpretación de su protagonista (Mia Wasikowska) que dota a su personaje de un poder nacido paradójicamente de la indefensión vivida y sus amargas consecuencias.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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