José María Hernández, cmf: Dios se ríe de nuestros imposibles

José María («Pepe») Hernádez, cmf es un misionero claretiano que actualmente está realizando su actividad pastoral como párroco en el Sacro Coure Inmacolato di María, en Roma. El pasado miércoles, día de la Asunción de María, cumplía 50 años de su profesión religioso y lo celebró en el Teologado de Granada (a cuya comunidad tantos años ha pertenecido). En el marco de la misma compartió una hermosa homilía que, a continuación, reproducimos:

EN LAS BODAS DE ORO DE MI PROFESIÓN RELIGIOSA

A muchas personas les ha sorprendido que vaya a celebrar ya los 50 años de profesión y también que haya podido hacer los votos religiosos con tan solo 16 años recién cumplidos. El derecho canónico vigente entonces lo permitía. Hoy esa profesión sería imposible, inválida…

Pero eso es el derecho. Vistos desde Dios, nuestros imposibles son algo muy relativo, seguramente Él se ríe de muchos de ellos. Porque Dios no se rige por nuestros calendarios: Puede llamar a uno en el seno materno o en el lecho de muerte, cuando eres muy niño, o incluso muy torpe… (¡Con los listos lo tiene más dificil!).

¿Cuándo sentí yo su llamada? No sabría decirlo con precisión. En mi vida no ha habido una caída del caballo, como dicen que le ocurrió a San Pablo (a lo más, una caída de bicicleta). Mi historia vocacional se parece más al crecimiento de una planta, como en la parábola de “la semilla que crece sola”. Va madurando lentamente, sin rupturas ni saltos llamativos. Desde los 10 años, cuando -a zaga de mi hermano Juan- entré en el Seminario Menor de Loja, he ido creciendo como misionero claretiano hasta llegar a la firme convicción de que soy eso, un misionero claretiano, hijo del Inmaculado Corazón de María, y que -aunque pudiera- no soy ni quiero ser otra cosa.

¿Cuándo llegué a adquirir esta firme convicción? Tampoco sabría decir una fecha, pero ciertamente no fue en el Noviciado, donde adquirimos otras destrezas, y ni siquiera (¡que no se escandalice nadie!) durante los años de la formación inicial… Aunque poco antes de la ordenación sacerdotal sentí con mucha fuerza lo que el Señor quería de mí, con las palabras que dijo a Pedro: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5,10). A partir de ahí podría decir que toda mi vida ha sido un lento aprendizaje para que lo que el Señor quiere de mí sea lo único que yo quiero y -más dificil todavía- lo único que yo haga.

Pero no es éste el único aprendizaje. Cuando cumplí los 25 años de ordenación, haciendo un balance de mi vida, llegué a algunas conclusiones. La primera y principal: que todo es gracia. De verdad, me siento profundamente agraciado y podría decir con el salmista: “Me ha tocado un lote hermoso. Me encanta mi heredad” (Sal 15,6). Y hasta en lo que humanamente pudiera parecer una desgracia -como el dichoso accidente de la bicicleta- he podido percibir la mano de Dios, el toque suave de la gracia. Y también en otras situaciones de sufrimiento, e incluso de pecado. Aunque no siempre he sido tan lúcido ni tan atento: porque otras muchas veces Dios estaba a mi lado, pero yo, ciego o distraído, no lo veía.

La segunda conclusión que alcancé entonces, y que sigue siendo todo un programa para mí, tiene también resonancias paulinas: que el justo vive de la fe. Y donde se dice “justo” puede decirse también “vocación”, “consagración”, “fidelidad”, “entrega”… Todo esto vive y pervive cuando está sostenido por la fe. Una fe que es básicamente confianza. Aquello que decía San Pablo: “Sé de quién me he fiado” (2Tim 1,12). Yo también me fío de Jesús, y por eso le he confiado mi vida y me he entregado a Él, entero y para siempre. Así de simple.

Pero hay un tercer aprendizaje que me resulta especialmente costoso: Vivir de la fe, sabiendo que todo es gracia, significa que tu vida está en las manos de Dios, un Dios rematadamente bueno. Pero no es lo mismo estar en manos de Dios que dejarse llevar por Él, darle las riendas y el protagonismo de tu vida. Como hizo Abraham, el padre de los creyentes. O -por usar una imagen gráfica que le oí a J.Mª Bolívar en esta misma capilla- como quien va en el asiento de atrás de un tandem: Tienes que pedalear, pero es el Otro el que maneja el volante. Y hay otra imagen que me resulta especialmente sugerente (esta la leí en Henri Nouwen): la del trapecista que salta al vacío: el secreto está en dejarse agarrar por el Otro… ¡solo así podrá librarse de la caída!

Con esta imagen estamos hablando ya de la Asunción. Así es como yo lo veo y lo he querido expresar en el poemita que acompaña la tarjeta de invitación: Dios que te toma de la mano y ya no te suelta, de modo que te sientes acogido y puedes cobijarte en su pecho, como un niño en brazos de su madre (Sal 131,2). Así se sintió María, la virgen de Nazaret, cuando pronunció el fiat y a partir de entonces, sin interrupción, hasta la última y definitiva asunción, que hoy conmemoramos. Así se sentía nuestro hermano Paco Contreras, emulando al discípulo amado; o también nuestro hermano Ilde… y tantos otros testigos de la gracia que Dios ha ido poniendo a nuestro lado.

Cuando te sientes seguro en las manos de Dios, estás dispuesto a ir “a donde el Corazón te lleve”. A mí me ha llevado, hace cosa de un año, a la Parroquia del Sacro Cuore Immacolato di Maria, en el barrio romano de Parioli. Algún despistado, por aquello de que Roma es el centro del catolicismo, ha podido pensar en un ascenso. Pero, de ascenso, nada: Asunción, simplemente. Y ni siquiera al centro, porque en ese barrio me he encontrado de lleno con muchas periferias existenciales: disgregación familiar, soledad, vacío y falta de sentido, adicciones… Muchos náufragos de la vida que necesitan un rescate. Y así, a orillas del río Tíber, siento nuevamente resonar con fuerza la llamada inicial: ¡pescador de hombres!

Pero debo terminar ya, y lo haré con las tres palabras mágicas que más necesitamos emplear en nuestras relaciones, tanto con Dios como con los demás. Tres palabras que hoy tendría que multiplicar -al menos- por cincuenta:

– Por favor, orad por mí y conmigo, rezad conmigo el magnificat en profunda acción de gracias, porque el Señor es infinitamente bueno, porque todo es gracia

– Por favor, perdonad mis muchos fallos, despistes y desatenciones, porque aunque el justo vive de la fe, y la fe obra por la caridad, yo no soy más que un aprendiz de justo…

– Y sobre todo, por tantos favores, por tantos regalos que a lo largo de estos cincuenta años he recibido de Dios -muchos de ellos a través de vosotros- la última y la más preciosa de las tres palabras: ¡GRACIAS!

José Mª Hernández Martínez CMF

Iglesia de Aguas Santas, Jerez de los Caballeros, 15-08-1968

Capilla del Teologado Claretiano, Granada, 15-08-2018

Y aquí tenéis la tarjeta-invitación con el poema al que hace referencia:

Start typing and press Enter to search