Jesús… ¡vete!

Estamos en plena Semana Santa. Durante los días previos al triduo pascual los evangelios de las eucaristías aluden a Judas Iscariote en los impresionantes preludios de su traición al Maestro, que fue la primera, pero no la única… Me pegunto si Jesús volviera a este mundo, ¿le traicionaríamos de nuevo?

Para meditar en su respuesta resulta sugestiva la muy célebre “Leyenda del Gran Inquisidor”. La encontramos en la última novela de Fedor Dostoievski, Los hermanos Karamazov. El escritor ruso, que terminaba esta obra dos años antes de morir, reconocía esta obra suya como el culmen de su novela. Nadie como él analizó y diagnóstico la tan nombrada “muerte de Dios”. La leyenda narra una supuesta aparición de Jesucristo en la Sevilla del s. XVI, su encarcelamiento y, en particular, el interrogatorio al que le somete el Gran Inquisidor. La trama del episodio desarrolla un amargo y fascinante discurso que cuestiona el mensaje de Cristo.

Presenta, pues, a Cristo encerrado en la cárcel de la Inquisición. Por la noche recibe la visita del gran Inquisidor, ese personaje “alto, erguido, de una ascética delgadez”. No es un hombre de Dios. Lo fue… Este con un monólogo interminable le culpa de ser el causante de los males de nuestro mundo. Y lo razona a partir del relato de las tentaciones de Cristo en el desierto. A causa de sus “equivocadas” respuestas a las propuestas del maligno, ha pretendido encumbrar al ser humano como ser superior o divino. Y eso es precisamente lo que, por su condición de criatura, le va a ser imposible alcanzar: no está ni estará nunca a su alcance esa libertad promulgada por el Hijo de Dios.

La definitiva pregunta que le lanza a Cristo, con la que pretende eliminarlo, es: “¿Por qué has venido a molestarnos?… Bien sabes que tu venida es inoportuna”. Cristo escucha en silencio la avalancha de acusaciones del Inquisidor: de ser un peligro para la tranquilidad amorfa de la humanidad por haberle traído la libertad, la conciencia, la responsabilidad; por haberle enseñado el sentido oculto del dolor y por haber depositado en su corazón la semilla del amor. Es más, Cristo tiene la “desfachatez” de dar su propia vida por ese pueblo que “hoy te besa los pies y mañana se apresurará a echar leña al fuego”. Con estos argumentos el Inquisidor intenta reducir a cenizas la presencia tan fuerte e incómoda de Cristo.

La leyenda termina de esta manera: “Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en los labios exangües de nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice: “¡Vete y no vuelvas nunca…, nunca! Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad”. El preso se aleja.

¿Por qué traemos aquí la “Leyenda del Gran Inquisidor”? Sólo porque puede ser una sublime meditación para estos días santos que huelen a desprecios y a traiciones, pero jamás vencen al Amor.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Alessandro Bellone)

 

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