Tres amigos entran a tomar unas copas en el bar del pueblo. Al fondo, sentado solo y en un rincón del bar, ven un hombre relativamente joven, de una treintena, con barba y ojos penetrantes. Uno de ellos dice:
– Mirad, ¿no os parece que ese tiene toda la cara de Jesús de Nazaret?.
– ¡Anda ya, tonto! ¡Cómo Jesús de Nazaret va a venir al pueblo! – Le dicen los otros.
– Pues yo le voy a preguntar
Se acerca, le saluda y le dice si quiere tomar algo con ello, pero aquel, dándole las gracias, no acepta. Entonces, el que le pregunta se sienta y le dice:
– Mire, es que mis amigos y yo estamos discutiendo sobre su personalidad un tanto especial. Dice alguno de mis compañeros que Vd. se parece a Jesús de Nazaret.
– Es que lo soy -responde.
– Ya decía yo en cuanto le vi. Mire, sin que sea molestarle, yo le voy a pedir un favor: llevo un tiempo con unas molestias tremendas en todo mi costado izquierdo. He visitado muchos médicos y nada.
– Pues descubre tu costado un poco -le pide Jesús-.
Entonces Jesús le da unos masajes por todo su cuerpo y siente una gran corriente de bienestar. Vuelve contentísimo y le dice a sus compañeros:
– ¡Es verdad! ¡Es el mismísimo Jesús de Nazaret y me ha dejado nuevo!
Entonces otro del trío dice:
– Pues yo voy también a verle, a ver si me mira mi brazo derecho que lo tengo medio paralizado. Es que hasta vestirme me cuesta.
Va, se sienta e igual que el otro. Jesús le dice:
– Dame la mano.
Le frota suavemente y le dice que eleve y baje el brazo y haga fuerza. Todo bien y curado.
Entonces le dicen al tercero que se acerque, pero no quiere. Finalmente le convencen y le animan a que se acerque aunque sea para saludarle. Acepta y Jesús le dice:
– Siéntese y cuénteme.
A lo que él exclama:
– ¡A mí no me toque que estoy de baja!