INTERCULTURALIDAD Y MISIÓN

Son muchas las comunidades y misiones de nuestra Provincia que actualmente se ven desafiadas, en el buen sentido de la palabra, por la realidad multicultural de la misma. Ya no sólo porque en su misión palpen con sus propias manos esta realidad sino por que convivimos con ella y esto es maravilloso.

Queremos compartir algunos testimonios.

 

En el himno al Padre Claret dice “llegaste hasta las islas más lejanas anunciando a  los hombres el perdón”. Desde este rincón del océano Atlántico, desde nuestras islas Canarias, la comunidad de Las Palmas-Rabadán somos afortunados de convivir misioneros de tres países distintos: España, Vietnam y Filipinas. Vivimos esta realidad como una riqueza que construye y edifica a la comunidad. Al mismo tiempo, es una llamada que nos invita al deseo de Jesús en su oración: “Padre, que sean uno” (Jn 17, 21-23).

Y en medio de este deseo, nuestra comunidad, como hizo el Padrito hace 175 años en Canarias, sigue anunciando que Dios es amor en la parroquia, en el colegio y en los diversos ministerios que asumimos. Distintos rostros, distintas culturas: pero un solo Señor es el que nos envía a seguir anunciando el Evangelio.

Comunidad de Las Palmas – Rabadán (España)

 


En mi vida como misionero claretiano, uno de los cambios más profundos ha sido la transformación de mi propio corazón a través de la interculturalidad que he experimentado. El Espíritu está obrando, no solo en mí, sino también a través de las diversas experiencias culturales y comunidades con las que me encuentro.

Como misionero claretiano indio, mi camino de vivir la interculturalidad ha sido tanto un desafío como una bendición. Procedente de una tradición cultural y espiritual profundamente arraigada, mi experiencia de misión en una comunidad multicultural e internacional me ha abierto los ojos a la riqueza de la presencia de Dios en las distintas culturas. Nuestro carisma claretiano enfatiza la misión a través del servicio y un profundo compromiso con la evangelización.

Como misionero, mi comprensión de la interculturalidad no es solo un concepto, sino una realidad vivida, una que profundiza mi experiencia de fe, comunidad y misión. Mi viaje en la vida intercultural comenzó en el momento en que ingresé a la familia claretiana.

Nací y crecí en India, donde la fe y la cultura están profundamente entrelazadas. Procedente de una tierra rica en tradiciones, mis prácticas espirituales y mi visión del mundo se moldearon por el contexto cultural en el que crecí. Al principio, entendía mi misión principalmente como algo dirigido a mi propia gente, mi propia cultura y mi propio idioma. Pero al unirme a la familia claretiana, una familia que enfatiza la misión universal de la Iglesia, pronto descubrí que el verdadero significado de ser misionero era mucho más amplio. Se trataba de abrazar y encontrar a Cristo en todas las culturas y en todas las personas, aprendiendo de ellas y adaptando mi comprensión de la fe a la luz de sus experiencias.

El primer desafío que enfrenté en la vida intercultural fue la diversidad de la propia comunidad claretiana. Nuestra comunidad en España estaba compuesta por hermanos de diferentes partes del mundo: Asia, África y Europa. Cada uno traía consigo una multitud de idiomas, costumbres y formas de ser cristiano y claretiano. Al principio, luché con el ritmo de nuestras vidas diarias. Me di cuenta de que mi experiencia de fe en India era bastante diferente de las formas reservadas de culto practicadas en Europa.

Por ejemplo, la tradición india de ofrecer aarti (una oración con luz) y cantar bhajans era muy distinta de las oraciones solemnes y estructuradas a las que algunos de mis hermanos europeos estaban acostumbrados. Hubo momentos en los que me sentí desconectado, como si el calor y la apertura de mi cultura no pudieran encontrar su lugar en la comunidad internacional más amplia. Luché con el temor de que mi propia expresión cultural de fe no fuera valorada o entendida de la misma manera por los demás.

Sin embargo, nuestro carisma claretiano, que enfatiza la importancia de la misión universal y el valor de la experiencia de cada persona, me ayudó a ver que la interculturalidad no se trata de que una cultura domine a otra, sino de aprender de la riqueza que cada cultura aporta. Con el tiempo, llegué a entender que cada cultura, con sus fortalezas y debilidades, ofrece algo único al Cuerpo de Cristo.

En mi camino personal de interculturalidad, a menudo he reflexionado sobre las palabras de Ezequiel 36:26: “Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros.” Viviendo en una comunidad intercultural, he experimentado este corazón nuevo, un corazón que se ha expandido para abrazar no solo a las personas de mi propia cultura, sino también a los pueblos del mundo, reconociendo que el Espíritu de Dios está obrando en cada cultura.

Comunidad de Hayes (Reino Unido)

 

La oferta educativa claretiana en Portugal, especialmente en Carvalhos, siempre ha estado marcada por entornos sociales y culturales muy distintos, diversos y enriquecedores, fruto de su visión educativa y de la circunstancia de ofrecer, como servicio educativo, el internado para alumnos provenientes de lugares lejanos que buscaban una enseñanza de calidad que les permitiera mirar al futuro con esperanza y optimismo.

El Colegio Claret continúa viviendo esta experiencia y este desafío de forma muy cercana y presente, con la llegada de muchos estudiantes procedentes de África, concretamente de Angola, Mozambique, Cabo Verde, Guinea, además de Brasil y España, así como de otras partes del mundo. Esto supone un desafío, ya que nos obliga a abandonar nuestras convicciones y certezas para permitir que la riqueza cultural que cada uno de estos estudiantes aporta nos «derribe» y nos lleve a reconstruir todo aquello que dábamos por sentado.

Es evidente que el «choque» cultural en lo relativo a valores como la familia, el valor del trabajo y la dignidad humana, el desarrollo personal y social, así como las diferencias entre sistemas educativos y las consecuentes dificultades en el proceso de enseñanza-aprendizaje, son cuestiones complejas de manejar. Sin embargo, con la proximidad de tratar a cada uno personalmente, mirándonos a los ojos, con exigencia y rigor pero sin paternalismos, logramos ayudar a estos alumnos a desarrollar, trabajar y profundizar en un proyecto de vida que tenga sentido para ellos.

A pesar de las dificultades y los retos, es importante destacar la riqueza que cada estudiante aporta a la relación, la diversidad de miradas sobre el mundo y la realidad que nos rodea, y la proximidad fraterna con la que nos abrazamos unos a otros en este desafío. Juntos, enseñando y aprendiendo, todos salimos más enriquecidos y con mayor confianza y esperanza en el futuro.

Si bien es cierto que en la diversidad se construye la unidad, paradójicamente, esa misma unidad nos ayuda a garantizar que la diversidad y los dones específicos de cada persona nunca dejen de ser su sello distintivo en el mundo. La unidad nunca debe significar la anulación de la diversidad ni de la especificidad de cada individuo, en un profundo respeto por lo que cada uno es. Si educar es crecer, educar en y para la diversidad es crecer de una manera más completa. Educación y cultura son las dos caras de una misma moneda: la Humanidad.

Somos una casa de puertas abiertas, sin miedo a la diversidad, a la interculturalidad y a la construcción de un hogar común, donde cada uno tiene su lugar y «es un lugar para el otro», como decía el poeta Daniel Faria.

Colégio Internato Claret (Portugal)

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