Indiana Jones y el Dial del destino

Estrenada hace algunos meses, la última entrega de las aventuras de Indiana Jones siempre es una apuesta segura para pasar un buen rato de entretenimiento. Las ediciones previas (cuatro) del arqueólogo ofrecían garantías y con ese propósito me fui al cine. Y ciertamente no me ha defraudado. Es cierto que no llega al nivel de En busca del arca perdida (que supuso una sorpresa divertida que no se agotaba en una visión) o La última cruzada, pero no desmerece de la franquicia y, a pesar de no contar con Steven Spielberg en la dirección, se nota su huella en la producción ejecutiva. Por otro lado, la presencia de Harrison Ford, ya octogenario, asegura una buena dosis de nostalgia a quienes hemos seguido sus correrías desde hace más de cuarenta años.

El dial del destino vuelve a ofrecer acción trepidante desde el minuto 1. Como suele suceder, un largo prólogo de más de 20 minutos de duración (esta vez en torno a la lanza de Longinos con la que fue atravesado el costado de Jesús en la cruz y el Dial de Arquímedes) pleno de situaciones límite que, como es previsible, el protagonista va superando ubicándose más allá de la lógica, nos sitúa en el centro de una aventura que se prolongará durante dos horas y media (es la edición más larga) y nos llevará por lugares dispares y nos ofrecerá personajes de otro tiempo, viejos o nuevos amigos (uno de ellos interpretado por Antonio Banderas), y un enemigo característico en las películas del héroe: un científico nazi, reconvertido al servicio de la agencia espacial norteamericana. deseoso de conseguir el artilugio de Arquímedes para vencer la barrera del tiempo.

Las películas de Indiana Jones han sorteado siempre el campo de lo plausible, y se han adentrado (y nosotros con ellos) en el terreno de lo imaginario, y aún lo casi imposible. Sus guiones no se han puesto freno a la hora de situar al protagonista en la inverosimilitud, sin molestarse en buscar justificaciones o intentos de explicación de lo narrado. No es una excepción este Dial del destino, en todo su desarrollo (las persecuciones por las calles de Tánger son un buen ejemplo), y llegando en su tramo final a plantear una situación (que no voy a desvelar) más que interesante, desarrollada con fuerza, épica y emoción, un recurso de guion imaginativo y realizado con los medios que hoy la tecnología digital pone a disposición de los realizadores.

No obstante esto, en El Dial hay también momentos para el descanso, la reflexión y la emotividad: los recuerdos de Indiana Jones, de su matrimonio con Marion, del hijo de ambos… el remanso de tranquilidad de un barco en medio del mar Egeo, como anticipo de una nueva remesa de emociones.

Y como colofón nos ofrece en su última secuencia (otro recurso afortunado de guion) un regalo para salir del cine más que satisfechos, y conocedores del viaje sin retorno que ha emprendido Indiana Jones que, presumiblemente, no volverá a proyectarse en las pantallas de los cines, al menos con la mirada y el gesto inconfundible de Harrison Ford. Aun cuando se recreara por los medios cada vez más sofisticados que hay, nunca será el que nos ha acompañado los últimos cuarenta años.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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