Las elecciones formales que un realizador serio hace al plantear la puesta en escena de una película suelen obedecer a razones que ayudan a entender la historia narrada o las motivaciones de los personajes, u otros factores que contribuyen a dar sentido a la propia película. Comento esto a propósito de una decisión que el realizador Pawel Pawlikowski ha tomado al encuadrar a los personajes de Ida, la historia de una joven novicia en un convento polaco que ha de tomar serias decisiones antes de emitir sus votos: ha elegido un formato casi cuadrado (1:1.37) muy poco frecuente hoy, ha filmado en blanco y negro, sitúa a sus personajes en la mitad inferior del encuadre en muchos de sus fotogramas, y opta en otros casos por imágenes poco convencionales que acentúan mediante primeros planos el mundo interior de sus personajes.

Anna va a emitir sus votos, pero antes de hacerlo la superiora del convento la insta a visitar al único familiar que tiene, una hermana de su madre, y convivir con ella un tiempo. No se insiste en el motivo de la religiosa para obligar a Anna a hacerlo, aunque el transcurso de los acontecimientos venideros puede darnos alguna luz. Cuando se encuentra con su tía, comprende rápidamente la sima que las separa. Su fe sencilla choca con la actitud descreída de su tía, una militante comunista que es miembro de un tribunal y que ha condenado, incluso a muerte, a muchos a los que califica como enemigos del pueblo. Estamos en Polonia, años sesenta del siglo pasado, una época de pensamiento único y ausencia de libertad. La convivencia y el descubrimiento de aspectos desconocidos de su pasado familiar va creando entre ambas una progresiva afinidad, más emocional que ideológica, y un acercamiento que pone en duda las convicciones de Ida, nombre auténtico de Anna. Y surgen en el transcurso de la historia diversas situaciones que ponen a prueba también los motivos que han dado a su tía una justificación de las decisiones que hubo de tomar en su pasado.

En el haber de esta película, que es casi una filigrana por su preciosismo formal y por su breve duración (poco más de una hora y cuarto) hay que considerar las interpretaciones de las dos protagonistas, una escenografía que nos ayuda a retroceder a una época que parece estar inundada de tristeza, y la densidad, en su aparente simplicidad, de un guion que reflexiona sobre la importancia de las decisiones que modulan una vida hasta llenarla o vaciarla de sentido.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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