Hoy, al despertar,
el espejo tenía arrugas en los ojos.
La señal evidente
de un amor desvelado.
El reloj se detuvo y, huérfanas las horas,
no hallaban la salida
en ese laberinto de la esfera.
Los libros en la mesa
encadenan sin tacto las palabras.
Hay lluvia detrás de los quebrantos.
Llueve y llueve.
Y la nostalgia quiebra el vaso
de los perfumes vanos.
Me resisto a salir de esta morada,
envejecidas las palabras
y el pulso de los besos dilatado.
Recuerdo el mar
y en una caracola de ternura
entretengo las olas.
Blas Márquez, cmf