Hacerse el tonto

No es lo mismo “ser tonto” que “hacerse el tonto”. Los más inteligentes lo saben y lo ponen en práctica. Woody Allen, el famoso director y actor de cine, es maestro en el arte de “hacerse el tonto”. Sus películas resultan divertidas porque, al presentar las contradicciones de los humanos, ataca no sin razón sus puntos débiles, sus lógicas inconsistentes, su presuntuosa vanidad… casi siempre con un toque de moralismo. Da la sensación de que continuamente juega a “hacerse el tonto”, que es su inteligente forma de romper el dique duro de los estereotipos y clisés sociales.

Eso de «hacerse el tonto» no es un procedimiento de excepción. Está considerado como un recurso de uso universal. Todas las sociedades lo han empleado y lo siguen usando, aunque en distinto grado. “A lo tonto” se eluden conflictos y, de paso, se influye en las decisiones que toman los demás, ya que fingir ignorancia hace que los otros no se sientan amenazados, escuchen y hasta cambien de opinión. Lo usaba para burlarse inteligentemente aquel a quien le encantaba escuchar mentiras cuando sabía la verdad. Los menos jóvenes recordamos aún las series televisivas del detective Colombo: constantemente usaba la técnica de hacerse el tonto para que el sospechoso se relajara y se delatara. En artes marciales se enseña que “cuando uno es fuerte debe fingir ser débil”, para que así el adversario le subestime. Habría más ejemplos.

La frase “pasar por tonto” tampoco nos es tan ajena como alguno pudiera sospechar. Hemos de confesar que todos nos hemos comportado así por lo menos una vez en la vida: a veces lo hemos hecho por ingenuidad, otras por prudencia, otras por astucia a fin de esquivar una situación molesta, o de conocer las secretas intenciones del otro…

Hay una forma noble de “hacer el tonto”. Está impregnada de evangelio y es una forma superior de conducta: “Hacer el tonto por amor”. El que ama de veras se abaja al nivel del otro, evita ser el centro. Así esquiva anticipadamente miedos y asperezas que enfrían las relaciones y facilita la cercanía y el encuentro. Muestra el lado humilde y gratuito del amor. Cuando pensamos más en amar y hacer el bien que en quedar bien, estamos todos mejor, aunque nos tomen por locos.

Pero la prueba de lo excepcional de semejante conducta está en que luego nos damos cuenta y nunca nos arrepentimos. Lo cual es signo de inteligencia. No la confundamos con la bobería de los tontainas. A estos habría que decirles que “es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente (Groucho Marx).

Juan Carlos cmf

(FOTO: Junior REIS)

 

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