Grbavica. El secreto de Esma

La guerra que asoló los Balcanes a comienzos de los años noventa del siglo pasado ha sido material narrativo de numerosas películas. No en balde el conflicto en la antigua Yugoslavia ha supuesto un punto de inflexión que el paso del tiempo no ha logrado atenuar, a pesar de dejar de ser objeto de noticias periodísticas. Cuando hace unos meses el escritor austriaco Peter Handke recibió el premio Nobel de literatura, desde ciertos foros argumentaron en su contra el partidismo serbio manifestado por el autor. Y es que el conflicto balcánico, a tono con el regusto visceral de sus motivos, es un conflicto sin argumentos plausibles, solo rabia y angustia, anulación del diferente, y justificaciones irracionales. Ciertamente, hubo episodios que han sido causa de mucho dolor y lacerante espíritu de venganza (de nuevo a vueltas con la visceralidad): los hechos sucedidos en Grbavica (barrio de Sarajevo, ciudad mártir), donde un gran número de mujeres bosnias fueron violadas por los militares nacionalistas serbios, le sirve a la realizadora Jasmila Zbanic para enhebrar la historia que nos cuenta en El secreto de Esma, en torno a la tragedia íntima vivida por una víctima de esos hechos y la hija que tuvo a consecuencia de la agresión sufrida.

Las escenas que se sitúan en el centro de rehabilitación (no tanto física como emocional) de las mujeres violadas marca el tono de una historia que se enmarca claramente de parte de las víctimas (cosa lógica). Los rostros, casi alucinados de muchas de ellas, nos sumergen en el horror de la irracionalidad.

La hija de Esma se ha criado creyendo que su padre era un mártir de la resistencia, muerto por una causa noble y por ello, objeto de un recuerdo bienintencionado y aleccionador. Esma no ha querido nunca desdecir la mentira y llega un momento en que ha de cargar con las consecuencias. Un viaje escolar de la niña provoca el pluriempleo de Esma que no tiene recursos para pagarlo y no puede presentar, como reclama su hija para obtener la gratuidad, el documento que certifique la consideración de mártir del padre difunto, cosa que no es posible…

Pero en Grbavica hay también esperanza. Sara, la hija de la protagonista, preadolescente en trance de descubrir el mundo incierto y confuso que le toca vivir, representa una nueva generación que, sin dejar de sufrir las secuelas del pasado, se abre a un futuro más ilusionante (el último plano de la película avala esta interpretación). Y todo es presentado sin caer en actitudes sensibleras. Incluso diríamos que a una historia como ésta le falta un poco de sentimiento. Tal vez es demasiado fría y desapasionada. Esto no impidió que obtuviera un merecido reconocimiento cuando se estrenó.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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