Gracias a Dios

Las películas que han abordado el drama de los abusos cometidos contra menores en el seno de la Iglesia católica son abundantes, constituyéndose casi en un subgénero que de vez en cuando se ve engrosado con nuevas producciones. Es cierto que en algunos casos difícilmente evitan el sensacionalismo, pero también lo es que existen producciones serias que abordan el triste problema con rigor y voluntad de denunciar una lacra tan execrable. Cito aquí la película chilena El club que, en su enorme dureza, se acerca al problema desde la perspectiva de un grupo de sacerdotes pederastas que viven en una casa intentando redimir su pena; o La duda que he tenido también la ocasión de verla en estos días, y que enfoca las situaciones desde una óptica tal vez demasiado americana y, por tanto, a mi juicio algo superficial.

Hoy traigo el comentario de una producción francesa titulada Gracias a Dios, que está basada en hechos reales, aunque tamizados por necesidades de ficción. Narra los esfuerzos de un grupo de personas que, siendo niños, fueron abusados por un sacerdote de la diócesis de Lyon. Ante la inoperancia de la diócesis, personificada en su arzobispo, el cardenal Philippe Barbarin, deciden emprender medidas legales e iniciar un proceso judicial contra el sacerdote abusador y contra quienes le mantuvieron durante años en puestos que posibilitaban el contacto con menores. La película centra su atención en tres personas, víctimas de abusos: un arquitecto, padre de familia, católico practicante, que es quien inicia todo el proceso y a quien acompañamos en la primera parte de la película; un segundo, también padre de familia, cuya experiencia le alejó de la fe y se declara ateo; y un tercero, que no ha logrado rehacer su vida y adolece de las secuelas que le dejó la traumática experiencia. Varias escenas merecen la pena considerar y son dignas de atención: el encuentro que el primero de los protagonistas mantiene con el sacerdote abusador ante la presencia de una psicóloga de la diócesis (cuyo personaje puede ser síntoma de quienes se muestran aparentemente implicados y solidarios, pero en realidad son poco activos o dispuestos a tomar las medidas necesarias para que situaciones así no se repitan y los acusados reciban el castigo, tanto canónico como civil, que merecen); la entrevista con el cardenal Barbarin y la actitud tibia de éste; las escenas en que intervienen los padres de los que fueron niños abusados y que mantuvieron una actitud también muy tibia (con la excepción de la madre del tercer protagonista que se implica y ayuda a su hijo y la asociación fundada para divulgar y denunciar la situación).

Todo ello está presentado de un modo muy formal, casi como si fuera un documental de los hechos. Bien interpretada, se sigue con atención e interés, y nos invita a detenernos en una lacra que tanto daño hace a la Iglesia.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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