Las primeras imágenes de Gloria Mundi están llenas de ilusión y esperanza. Con el telón sonoro de una melodía operística, asistimos al parto de Gloria, la pequeña que viene a un mundo no siempre agradecido, sino que más bien obliga a sobrevivir de diversas maneras a los seres indefensos que lo pueblan. Creo que fue Rabidranath Tagore quien escribió que ‘cuando nace un niño Dios renueva su esperanza en los hombres’. Pues en este caso tal vez Guèdiguian propone una pequeña enmienda a un enunciado tan optimista. Porque la familia que acoge a Gloria con alegría es un grupo variopinto que arrastra no pocos sinsabores: su madre tiene un contrato precario con fecha de caducidad e improbable renovación; su padre es un conductor de Uber que sufre las iras de sus competidores y un percance le obliga a dejar el trabajo; su abuela cada noche trabaja de limpiadora en hospitales, cruceros…; la pareja actual de ésta conduce un autobús urbano; su abuelo biológico acaba de salir de la cárcel por un error de juventud y arrastra su historia de pérdida; y hay otros inscritos en el egoísmo, el abuso de los que son más débiles, el engaño y la mentira…

Robert Guèdiguian, veterano creador de historias que lindan con las desventuras de los desheredados, nos invita una vez más a contemplar un fragmento de la vida de un conjunto de personas previsibles, retrato de un modo de vivir reconocible, aspirantes a una vida sencilla, nada exquisita… Como es frecuente, casi una exigencia, en la filmografía de este director contemplamos la vida cotidiana de seres anónimos que sobreviven como pueden, ayudándose, dándose apoyo y cariño, y sobrellevando las dificultades y sinsabores que se ven obligados a aceptar.

Tal vez no es una de sus películas más interesantes. Pero en el caso de este realizador hasta los trazos borrosos tienen más enjundia que muchos paquetes que solo contienen humo y vacío.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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