No sé exactamente en razón de qué la mayoría de las personas mantenemos la falsa certeza de que la vida es perpetua. Pensamos poco en que en algún momento se nos va a acabar. Nos horroriza hablar del tema de la muerte en una conversación informal y tendemos no solo a esconderla, sino a considerar que sacarla a relucir es algo dañino.

Una historia me ha dado pie para darle vueltas al tema. Era un rabino polaco del siglo XIX, llamado Hofez Chaim. Un hombre vino de lejos a hacerle una consulta y quedó sorprendido porque en la casa del rabino sólo había libros, una mesa y una silla. -”¿Dónde están tus muebles?”, le preguntó. Y el rabino contestó: -“Y los tuyos ¿dónde están?”. -“Yo solo estoy aquí de paso”. -“También yo” repuso el rabino.

Este relato nos lanza una llamada seria y moderada contra nuestras vanas pretensiones de estirar nuestra existencia y querer perpetuarla sobre el endeble cimiento de la seguridad económica, el bienestar familiar, el proyecto laboral que tenemos entre las manos, nuestras próximas vacaciones o, incluso, una experiencia religiosa extraordinaria. Pero el anhelo del ser humano va más allá de la cárcel del tiempo o del espacio. Se abre a la eternidad y al infinito al que está llamado. El presente es, sin duda, real porque en él vivimos, pero es transitorio.

“Todo pasa, entérate”, dice el sabio. Estamos muriendo a lo que éramos hace un segundo. Ya no somos tan jóvenes como ayer. No miremos para otro lado cuando aparezcan los primeros estigmas de la decadencia. Todo indica que estamos de paso, pero nos cuesta aceptar nuestra condición de peregrinos. No queremos padecer, morir y dar el salto del resucitar.

La muerte no es apetecible, desde luego, pero podemos aprender a esperarla e incluso a desearla, sin ceder al masoquismo, como puede desear el atleta el más riguroso entrenamiento, porque solo ese es el camino hacia la victoria.

El plan es desprendernos, desasirnos. Acabar de entender que el amor y la entrega a los demás comportan necesariamente morir. Amar sí, pero ¿morir?, nos decimos. ¿Qué necesidad tenemos de morir? ¿Por qué la muerte?

Las realidades materiales no deben ser cepos que nos saquen de la verdad de que el amor y la muerte son las dos caras de una vida plena. Cuando damos crédito a lo efímero y atendemos sus demandas, descubrimos que siempre pide lo mismo: la gloria, la autoafirmación, ocupar el centro, poseer… Todo lo que aparezca en nuestra mente con aspecto grande acaba por tiranizarnos y oprimirnos, impidiéndonos el vuelo hacia lo alto. Sí, porque aunque sea obvia, olvidamos a menudo una verdad elemental: “No te inquietes cuando alguien se enriquece: cuando muera no se llevará nada” (Salmo 49, 17-18).

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Brendan Church)

 

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