Entrar en Cuaresma (no en cuarentena)

Tenemos la Cuaresma ya encima. Esta reflexión aparecerá el martes anterior al miércoles de ceniza. Y como es obligado trata de la Cuaresma que, para los cristianos tiene una clave: Es un tiempo de preparación para la Pascua. No solo para su celebración litúrgica, sino para reorientar el camino de nuestra vida hacia su meta que será nuestra Pascua, unida a la Pascua del Señor. Nos invita, pues, a prepararnos a lo largo de toda nuestra vida para su momento más decisivo, que está al final. Será un final de pasión, muerte y resurrección: Un buen fin.

Nos equivocaríamos si convertimos la “Cuaresma” en “cuarentena”, entendiendo este término como lo define la RAE: «aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales». Más que de cautelas, los cristianos entendemos la Cuaresma ante todo como tiempo de concentración y entrenamiento para liberar energías para lo esencial. Para conseguirlo se nos proponen tres ejercitaciones imprescindibles:

  • Cuidar de sí mismo. Es el territorio del ayuno. Cuando la experiencia de privación se vive con sencillez de corazón lleva a redescubrir el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su plenitud. Lo importante no es acatar una dieta culinaria. Es más una terapia intensiva e inteligente de restricción o eliminación de lo que estorba: el consumo descontrolado, la saturación de informaciones –verdaderas o falsas-, el exceso de ruidos, el estrés causado por las prisas innecesarias, el descontrol del sueño y del descanso, el aislamiento solipsista, las adicciones dañinas, los gastos desmedidos…
  • Cuidar las relaciones con los demás. Ahí nos sitúa la limosna. Exige salir de sí, aproximarnos al otro y hacerle el bien. Lo cual es imposible sin el desprendimiento de lo que nos ata y esclaviza. Más que soltar unas moneditas, es un impulso interior a dar y a darnos –esto último más importante-; a acercarnos y comunicarnos; a servir a quien lo necesite; a reparar heridas y daños; a ser más humildes y mansos; a practicar el arte de la sonrisa sincera; a alegrarnos de ver que el otro crece; a sufrir cuando el otro está angustiado, solo, enfermo, sin hogar, despreciado…
  • Cuidar las relaciones con Dios. La oración es la tercera ejercitación de la Cuaresma. Vivimos a menudo demasiado al margen del Dios de la ternura y, lo reconozcamos o no, nos desgarra la necesidad de un Padre-Madre-Esposo (Tres en Uno) que nos ame sin condiciones, nos sostenga, nos consuele. También que nos ponga límites y nos oriente en el camino de la vida para no perdernos. No somos huérfanos. Estamos sedientos de sentido y de amor. En el recogimiento y el silencio de la oración, una inspiración y luz interior ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: #ArqTl)

 

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