Entierro de Yamila

«Muchas gracias, si hubieran enterrado a Yamila sin mí, no habría podido descansar«.

Estas palabras nos decía Cadi, el pasado sábado cuando asistíamos al último viaje que hizo Yamila. Fue enterrada en el Cementerio de San Lázaro de Las Palmas, por el rito musulmán. No éramos más de una quincena personas acompañando a la madre de Yamila. Cadi en este último tramo del infierno que ha vivido después de siete meses esperando a que le permitieran viajar de Francia a Canarias y despedirse de su hija Yamila, las dos atrapadas por los márgenes del sistema. Una mujer asustada, sin documentación, irregular, tuvo que sufrir la falta de escrúpulos de nuestro sistema inhumado. Un sistema que no muestra ninguna empatía ni ninguna humanidad. Desde estas líneas denuncio, una y otra vez, el dolor y el sufrimiento innecesario y gratuito que viven las personas que no saben ni tienen cómo defenderse. Que son atacadas y violentadas por ser pobres, migrantes y por tener un pigmento diferente al nuestro.

Siete meses ha estado Yamila en el depósito de cadáveres hasta que nuestras autoridades permitieran su entierro. Yamila, de cinco años, fue rescatada por un helicóptero del Ejército del Aire que la evacuó al hospital la trágica noche del 30 de junio desde una patera en la que murieron una veintena de personas, tras más de una semana a la deriva en este océano de muerte.

Esta niña, entre otras muchas, abrieron los ojos a la clase política de nuestro país, sobre los miles de personas que se están dejando la vida en la Ruta Canaria. La muerte de Elene Habiba llevó al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a expresar sus condolencias públicas por lo ocurrido; la de Yamila, sucedida tres meses después, hizo que el secretario de Estado de Migraciones, Jesús Perera, se comprometiera en el Congreso a que la madre pudiera enterrarla.

El entierro se celebró en la más estricta intimidad, sin más compañía que un imán recién llegado de Senegal, con miembros del secretariado diocesano de migraciones y de la Federación de Asociaciones Africanas de Canarias, con la subdelegada del Gobierno, la directora del instituto de Medicina Legal y el diputado Luc André.

La madre de Yamila estuvo todo el tiempo asistida por Helena Maleno y María, de la ONG Caminando Fronteras, el colectivo que ha estado en contacto con ella desde que se conoció la muerte de su hija y que se ha ocupado de traerla a Canarias, con la colaboración de Daniel Arencibia del Secretariado diocesano de migraciones y la cooperación de algunos responsables políticos y públicos que se sintieron tocados por el caso.

Desde aquí quiero mostrar mi agradecimiento y respeto a las personas que hicieron posible que Yamila pudiera descansar, y que Cadi, la madre de Yamila, pudiera enterrar a su hija, y empezar a cerrar su duelo.

 

José Antonio Benítez Pineda, cmf

 

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