Enfadados con Dios

Una mujer fue a hablar con un sacerdote a causa de un extraño problema. Estaba enfadada con Dios. Aunque lo contaba de una manera un poco vaga, sentía que Dios era el responsable de su infelicidad. Su vida pasaba a toda velocidad y ahora, a sus 55 años, sentía un amargo enojo contra Él, porque, a pesar de haber sido buena persona, religiosa, moral, generosa y fiel a sus compromisos, no había conseguido ser feliz en toda su vida.

Se preguntaba si era algo elegido por ella misma o le venía impuesto por las circunstancias. De fondo, envidiaba a las personas deshonestas o inmorales que parecían no sentir nunca el malestar que ella experimentaba y que le provenía de su forma de vivir con la mayor coherencia posible la moral y la religión.

Se sentía engañada por Dios. Él era el culpable. Estaba muy enfadada y llena de resentimientos hacia Él. Y además, enfadada por estar enfadada, por no poder reaccionar con más conformidad y aceptación de esa realidad que se le imponía.

¿Qué se le puede decir a una persona así?

  • Lo primero, que enfadarse con Dios y decírselo a Él mismo, puede ser una elevada forma de oración, al menos potencialmente. Dios no nos ha creado a los seres humanos como un rebaño de corderos resignados y calladitos… Nos hizo libres. Por eso, en la Biblia aparecen personajes como Job o Jacob que discuten con Dios o pelean con su ángel. Hicieron del desafío una insólita relación con Dios… En lugar de consentir con un “Hágase tu voluntad”, le exasperaron con un “¡Cámbiese tu voluntad!
  • Además, ese desafío puede ser una forma de orar, porque en el fondo es una forma de amar. Las personas que conviven por amor durante largo tiempo tienen que resolver numerosas tensiones entre sí. Mantienen un constante forcejeo entre sí, mucho enfado y cada uno guarda su resentimiento. Pero esa lucha conjunta, si se persevera en ella, siempre conduce a una nueva profundidad en el amor.

Hay una historia de un judío polaco que, presa del resentimiento con Dios “por lo ocurrido en el campo de concentración de Auschwitz” se apartó de la oración. Sin embargo, con el tiempo volvió a rezar. Cuando le preguntaron por qué, respondió´: “Sentí pena de Dios”.

Este hombre había alcanzado esa nueva fase del amor: la de la compasión hacia Él. Las preocupaciones de Dios pasaron a ser sus preocupaciones. Ese nivel se alcanza después de una lucha cuerpo a cuerpo con Dios, cuando el enfado con Él se transforma en compasión.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Peter Foster)

 

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