A lo largo de estos años intentando esclarecer y profundizar las exigencias y peculiaridades de la tarea formativa para la vida religiosa, he de confesar que no han sido pocas las definiciones con las que me he encontrado. Cada una de ellas ha sido enriquecedora y me ha ayudado a descubrir diferentes matices y perspectivas. Cada definición es hija de su tiempo y fruto de su marco cultural, pero cada una a su manera aporta un elemento embellecedor a una visión de conjunto que posibilita un ejercicio más auténtico y sincero de la misión formativa. Sin embargo, la teóloga norteamericana Sandra M. Schneiders ofrece una descripción metafórica de la tarea formativa que me resulta especialmente iluminadora. Con creatividad y belleza literaria, esta autora afirma que la formación religiosa se asemeja a la formación de un músico. Con la ayuda adecuada y los recursos apropiados, el talento florece y la persona experimenta que se está convirtiendo cada vez más en lo que se siente llamada a ser, es decir, un músico. La relación de artista y aprendiz en el proceso de formación musical podría ofrecer un modelo apropiado del proceso de formación religiosa.
La imagen musical usada por la hermana Sandra, a pesar de las carencias propias de toda analogía, goza de la profundidad y valía necesarias para actuar de catalizador de la formación que, como Claretianos en Zimbabwe, venimos haciendo (al menos intentando) desde que en el año 2013 se inaugurara nuestra casa formativa dedicada principalmente a la etapa del pre-noviciado (aspirantado y postulantado), convirtiéndose de esta manera en puerta de entrada a esta familia carismática. En comunión con los cánones culturales de estos lares, la casa formativa fue bautizada como Claret House.
Siguiendo la alegoría de la profesora emérita del Jesuit School of Theology de Berkeley, California, y citando explícitamente afirmaciones suyas, podemos desglosar nuestra tarea formativa en tres notas constitutivas.
- “Que se convierta en músico desde dentro”. Sin duda, la primera nota característica de la formación en Zimbabwe es el atrevimiento evangélico a salir de posibles esquemas encorsetados y heredados que nos acompañan como bagaje cultural. “Desde dentro” implica el reto de ir al corazón de la realidad sin prejuicios etnocéntricos, bucear los entresijos de la cultura que nos abraza, hacer el esfuerzo de conocer al joven que llama a nuestra puerta y las diversas circunstancias que le acompañan: desde dentro de su pueblo, de su historia, de sus costumbres… Por eso, una de las dinámicas prioritarias que han configurado la tarea formativa en estas latitudes es la exigencia de establecer lazos de calidad con las familias de los formandos. Es crucial para la formación generar vínculos con las raíces familiares y culturales de los jóvenes misioneros. De esta manera se comprende mucho mejor y se visibiliza más nítidamente el proceso vocacional que el muchacho ha recorrido, sus búsquedas e inquietudes, sus heridas y dificultades… Desde dentro nos lleva hacia el desde dónde en un verdadero intento de inculturar la formación o, en otras palabras, entender la formación en clave de encarnación.
- “Se requiere la plena cooperación del alumno y la plena dedicación del maestro”. El segundo elemento que configura la formación en estas tierras del sur es el compromiso por generar una genuina plataforma de fraternidad que marque el ritmo de todas las dinámicas formativas. Esta plataforma de fraternidad se pone de manifiesto en primer lugar en la especial relación que se establece entre formador y formando. Una relación que no puede repetir cánones disciplinares de antaño o ideas viciadas de corte marcial. La relación formativa entre formador y formando debe sostenerse sobre la roca firme de la mutua confianza y el respeto. De esta manera se salvaguarda la libertad y la apertura necesarias para que el proceso formativo no se convierta para el formando en un atrincheramiento estoico y falaz en busca de la liberación ansiada; y para el formador en una auditoria forense obsesiva donde el objetivo es penalizar y expulsar. Dos herramientas pueden ayudarnos a generar estos vínculos fraternos, por un lado, el acompañamiento personal -cercano y sincero- y, por otro lado, la corresponsabilidad madura que evita legalismos vacíos y extrínsecos. La plataforma necesaria de fraternidad también se expresa lógicamente en una atmósfera comunitaria saludable donde el sentido del humor, la espontaneidad y la vitalidad juveniles se entrelazan con el cooperativismo, la solidaridad grupal y el saberse una nueva familia.
- “El maestro se ocupará de los conocimientos intelectuales, del refinamiento estético, de la técnica y las habilidades, de la actitud ante el trabajo…” La tercera y última nota constitutiva de la formación que estamos intentando llevar a cabo en Zimbabwe es su carácter holístico. La formación misionera no puede reducirse a una mera dimensión de la persona. Formar a misioneros no puede centrarse solamente en el aspecto teórico-doctrinal como si se tratara de un colegio mayor; no puede concentrarse en el entrenamiento físico-deportivo como si fuera un centro de alto rendimiento olímpico; no puede obcecarse en una capacitación litúrgica-ritual como si fuera el colegio vaticano de protocolo romano. Indudablemente todas estas dimensiones son necesarias en su medida integradora y dentro de un itinerario pedagógico que ayude al muchacho a crecer en sabiduría, estatura y gracia (Lc 2:52). Desde hace algunos años, Claret House ha asumido en este sentido una estrategia sumamente Claretiana, articulando el programa formativo y las experiencias de aprendizaje a partir de los cuatro verbos usados por el Padre Claret en su, así llamada, oración apostólica: Conocer, amar, servir y alabar. De esta manera, se atiende la singularidad de cada formando -formación personalizada (GPF 37)- sin perder de vista esa complejidad que precisamente lo hace único (GPF 39).
Conocer la cultura y la familia (Encarnación), promover una plataforma de fraternidad y corresponsabilidad (Sinodalidad), y atender la complejidad del ser humano de forma personalizada (Pedagogía). Estas son las claves que están configurando la formación Claretiana en Zimbabwe y, desde estas claves, estamos intentando cuidar las vocaciones que el Señor nos va regalando. Con una profunda acción de gracias en los labios y en el corazón, podemos contemplar la realidad congregacional en este país del cono sur africano y sentirnos orgulloso de saber que tras 23 años de presencia Claretiana en Zimbabwe ya son 4 los misioneros de profesión perpetua que ejercen su ministerio presbiteral en las diferentes posiciones apostólicas; 5 misioneros de profesión temporal están completando su formación teológica y pastoral (España, Tanzania y Zimbabwe); y, en Claret House, 4 aspirantes están comenzando a cimentar su ser misionero y claretiano al mismo tiempo que compaginan sus estudios de filosofía.
La formación Claretiana es en Zimbabwe y en el resto del mundo un verdadero arte acompasado al ritmo que marca el Espíritu Santo. Nuestra tarea como formadores se entiende entonces como el delicado y humilde acompañamiento que posibilita el encuentro entre el joven que busca y el Dios que llama, el joven que se pregunta y el Dios que se revela. Confiemos esta tarea de artesanía al Corazón Inmaculado de nuestra Madre, maestra y formadora, fragua de misioneros.
Manuel Ogalla cmf
Responsable de la formación en Zimbabwe