Las arrugas constituyen un síntoma natural y evidente de envejecimiento. Son pliegues de la piel que van apareciendo con los años en la superficie de la cara. Durante la adolescencia y la juventud no pensamos en ellas. Pero, de pronto, un día al mirarnos en el espejo la vemos: ¡Una arruga! Y nos preguntamos qué ha pasado y como ha podido aparecer así, tan de pronto.
Los entendidos nos explican su origen y prescriben su control y tratamiento, pero sin. éxito. En cualquier tienda de cosméticos encontramos infinidad de cremas contra las arrugas, algunas de precio excesivo. Sus resultados suelen dejar insatisfechos a los usuarios. El común de los mortales detesta sus arrugas, particularmente las del rostro, porque les desfiguran y afean. Pero, hay otra razón que la supera: Hoy, que se ha endiosado tanto la juventud, nos cuesta envejecer. Y pese a todo intento de eliminar las arrugas, no hay remedio que frene su progresivo avance.
Las arrugas son temidas por los vanidosos (no todas mujeres, ni mucho menos). Pero suelen ignorar lecciones de vida que no deben ser ignoradas. Contra todo pronóstico y en este tiempo de otoño, símbolo del atardecer de la vida humana, lanzamos este sentido elogio a la sabiduría de las arrugas.
No solo existen las arrugas de la cara. También existen “arrugas del alma”. Estas pueden aparecer en todas las edades de la vida, no solo con la llegada de la mayoría de edad. Su aparición nos da pie para un doble consejo:
• A los jóvenes para que no tengan miedo al paso de los años, pues ello comporta experiencia, sabiduría, don de consejo y, por tanto, mejora a las personas, como sucede con el buen vino.
• A los ancianos para que, sin remilgos, cuiden de no confundir vejez y madurez, como hay también vinos agriados o pasados. Un corazón noble no puede hundirse baratamente por veinte arrugas más.
No mendiguemos que se nos aprecie por nuestro aspecto. El sentirnos amados y el amar deben derrotar cualquier tristeza que se esconda en nuestras arrugas. Todas las edades, incluso las más avanzadas, son hermosas con tal que el alma (y no tanto el cuerpo) tenga pocas arrugas.
Juan Carlos Martos Paredes, cmf