El vicio del poder (Vice)

La figura de Dick Chenney fue de especial importancia durante la presidencia de George W. Bush (2000-2008), llegando a convertirse en el hombre más poderoso de la administración de Estados Unidos. En El vicio del poder asistimos a una representación crítica de los modos empleados por el que fue vicepresidente de EEUU. Precisamente el título original de la película, Vice, puede tener un doble sentido: por un lado, atendemos al significado de la palabra inglesa “vicio”, que parece haber sido preferido por quienes la titularon en español como El vicio del poder; por otro lado, alude al cargo de vicepresidente, que Dick Chenney ocupó durante los años más tensos del conflicto en Oriente Medio posterior a los atentados del 11S.

No es la primera vez que el realizador Adam McKay se acerca a realidades cercanas con mirada afilada y crítica. En 2017 realizó La gran apuesta en torno a la crisis económica que se inició en 2007. En este caso persiste en acercarse a la realidad política de su país a través de la figura controvertida de Dick Chenney, que ejerció un poder mucho más grande del que correspondería a un vicepresidente durante la administración de Bush hijo, siendo artífice de medidas que han tenido consecuencias que aún persisten: la guerra de Irak y la desestabilización en Oriente Medio con sus secuelas lamentables como la guerra de Siria y la aparición del Daesh, o la prisión en Guantánamo de un número indeterminado de yihadistas, donde la ausencia de garantías legales era moneda corriente.

Utilizando distintos géneros y formatos que en muchos momentos le emparenta con las técnicas del documental, realiza McKay un retrato de los sótanos del poder y del lado más frívolo e interesado de la política. El vicio del poder acompaña la trayectoria de Chenney desde sus años de juventud alocada e irresponsable (que obligó a su esposa, a la que interpreta Amy Adams, a lanzarle un ultimátum que provocó un cambio de actitudes del futuro político republicano), con el escándalo del Watergate y la dimisión del presidente Nixon como telón de fondo, hasta el estallido de la gran crisis provocada por los atentados del 11 de septiembre de 2001, pasando en medio por los años presidenciales de Ronald Reagan y su viraje a la derecha. Durante más de dos horas asistimos a la representación de los modos de actuar de quienes sostuvieron las riendas del poder en las sucesivas administraciones republicanas, con escaso interés por el bienestar común y más atención a los intereses particulares de grandes corporaciones.

En fin, se trata de un espectáculo muy recomendable. Nos permite conocer, hasta donde sea posible hacerlo, las interioridades de una manera de hacer política muy ajena a las nobles intenciones que deberían motivar a quienes se dedican a ello. Y nos queda también asistir a la interpretación que Christian Bale hace del político norteamericano. Irreconocible bajo capas de maquillaje, sabe transmitir el alma del mal que puede anidar en una mente humana.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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