Paul Schrader es un cineasta peculiar y bastante a contracorriente. Ante la abundancia de películas superficiales o banales, él indaga en la naturaleza humana a través de historias que nos acercan a la existencia de seres, a menudo crispados, exigentes, buscadores de una serenidad que se les resiste y se esfuma a pesar de sus esfuerzos por alcanzarla. Guionista de Toro Salvaje o La última tentación de Cristo, películas de profundo calado en las simas de mentes inquietas y luchadoras contra sí mismas y las circunstancias, reitera su propuesta en El reverendo, versión no confesada de Los comulgantes, donde Ingmar Bergman en 1960 nos ofrecía el retrato de un pastor protestante, algo descreído y deambulante con la paz y la confianza perdidas.

En este caso, acompañamos a un pastor, responsable de una iglesia protestante que ha de bregar con sus inquietudes, plasmadas en forma de diario en unas hojas de papel, con las preocupaciones de algunos feligreses de su congregación (particularmente de uno seriamente preocupado por las consecuencias del cambio climático) y con las insidias comerciales de algunos mercaderes que quieren convertir (de hecho, ya lo han conseguido) la casa del Dios en una cueva de bandidos. El actor Ethan Hawke compone un personaje angustiado, apenas sonriente en todo el metraje, con la esperanza disminuida, y además su propia supervivencia amenazada por una enfermedad que puede ser mortal. Ciertamente, El reverendo no es una película fácil de ver. Más bien es poco agradecida para quienes busquen el relax de un par de horas entretenidas.

Antonio Venceslá, cmf

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