El primer día de mi vida

Con ecos de ¡Qué bello es vivir!, la más conocida película de Frank Capra, revisitada todas las navidades en alguna cadena de televisión, el realizador italiano Paolo Genovese ofrece en El primer día de mi vida, las experiencias de un grupo singular: cuatro personas (dos mujeres, dos varones, de distintas edades) que se han suicidado el mismo día en Roma, y son ‘recuperadas’ por un hombre que les propone observar sus vidas posmortem durante siete días: el sentimiento de sus familiares, sus entierros, la ausencia, la vida sin ellos… con el propósito de que reconsideren su decisión.

Cada uno de ellos tenía sus motivos para no desear seguir viviendo: un duelo no asumido, sentimiento perenne de fracaso, sensación de agobio inaguantable… El artífice de la historia, una especie de ángel que irá desvelando a lo largo de la película su identidad y sus motivos, les conduce por diversos escenarios y les ofrece sugerencias para pensar, redefinir su situación, considerar la posibilidad de retomar su existencia como si fuera el primer día de un tiempo nuevo y distinto, más feliz, sintiéndose más dueños de sí mismos.

Este planteamiento puede llevarnos a la sospecha de encontrarnos con una película lúgubre y cargada de pesimismo. No es así, por varios motivos: la interacción de los personajes aporta un toque de comedia amable, liberando la tensión de las situaciones que provocaron su final; por otro lado, el conductor de la historia (interpretado por el buen actor Toni Servillo, presente en intensas producciones del reciente cine italiano) actúa como salvador y animador de la nueva vida que les es prometida. Su papel es convencerlos de que ‘vuelvan’ a vivir, con lo que ha de aportar razones que alejan la película de un compendio de pesimismo.

El planteamiento de la película es más que adecuado para ofrecer alguna secuencia de marcado tono imaginario, alejándose a veces del realismo puro, puesto que los candidatos a seguir viviendo se encuentran en un estado intermedio en que no se han despedido plenamente de la vida, pero no pueden interactuar en el presente que han dejado. Esto nos conduce a los espectadores a observarlo todo con cierto distanciamiento, aun cuando se nos invita a acompañar a sus protagonistas deseando que encuentren las razones para seguir viviendo.

Una nota: Paolo Genovese no ha introducido en ningún momento la dimensión espiritual. Tratándose de situaciones extremas que nos sitúan en un punto de retorno (o no) en el esquivo esfuerzo de encontrar el sentido de la vida, prescindir de la espiritualidad como camino de respuesta a tan agudas cuestiones, sorprende. Como si fuera un elemento superfluo e innecesario. Tal vez, así lo sea para el realizador. Pero para los espectadores receptivos a dicha dimensión, su ausencia resulta llamativa. Buscar una solución desde la más pura inmanencia puede revelarse difícil, o tal vez sea el motivo profundo que Paolo Genovese quiere que consideremos.

En suma, sus buenos diálogos y la originalidad de algunas situaciones invitan a adentrarnos en esta interesante película.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

Start typing and press Enter to search