El poder del perro

El poder del perro, realizada por la neozelandesa Jane Campion, ha suscitado admiración y críticas entusiastas. Su nombre estará unido por siempre a El piano, buena película con la que consiguió la Palma de Oro en el festival de Cannes.

No es Jane Campion una mujer que se prodigue mucho. En los últimos diez años solo ha realizado una serie de televisión Top of the Lake, que se puede ver en RTVE Play. Hay en los capítulos de esta serie algunos ecos de la violencia soterrada de El poder del perro, y un ambiente que remite a la visión áspera del mundo que la realizadora propone en su última película.

“Cuando falleció mi padre, yo quería que mi madre fuera feliz. ¿Qué clase de hombre sería si no ayudara a mi madre, si no la salvara?”. Estas son las primeras palabras que escuchamos en esta película singular. No sabemos quién las pronuncia y no entenderemos su alcance hasta que los acontecimientos que se narran nos expliquen en su último plano su sentido. La acción sucede en Montana, bien entrado el siglo XX, en un mundo de ganaderos. Aún persiste la evocación de otra época, representada en los vaqueros que trasladan el ganado para su venta, pero se evidencia también la presencia del progreso. Los hermanos Burbank son propietarios de un rancho recibido de sus padres (que viven alejados del negocio familiar) hace veinticinco años. Uno, Phil (al que interpreta el actor británico Benedict Cumberbatch), es malencarado, bravucón, poco respetuoso, diríamos que es la cara retorcida de otro tiempo; el otro, George, es, por el contrario, atento, calmado y educado, más acorde con los nuevos tiempos.

George contrae matrimonio y traslada a su esposa Rose (que aporta a la unión un hijo, Peter, tenido en una relación anterior) a vivir al rancho, un ambiente que le es extraño y donde sufre el rechazo de su cuñado que la desprecia y aprovecha toda ocasión de ponerla en ridículo, además de tratar con despecho a su hijo al que acusa de poco varonil. Sin embargo, cuando el joven, estudiante de medicina, llega al rancho para pasar las vacaciones de verano, la actitud de Phil comienza a cambiar.

Es El poder del perro una película hecha con escenas que se yuxtaponen, algunas aisladas y poco explicadas, con escenarios no suficientemente localizados, con un concepto del espacio fílmico algo confuso, pero en su conjunto logra hilvanar una historia oscura, en la que la oculta orientación sexual del protagonista se erige en el centro en torno al que pivota toda la historia.

Cuando la película llega a su tramo final, escuchamos un versículo del salmo 21 (“Líbrame de la espada y mi vida del poder del perro”). El salmista grita a Dios desde su desgracia y del abandono que siente. En la película, Peter, el hijo de la esposa de George, es quien evoca estas palabras cuando ha tomado medidas para librar a su madre del poder maligno que la oprimía, y librarse él mismo del amor oscuro que se cernía sobre su existencia.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

Start typing and press Enter to search