El poder del beso

Recientemente los medios de comunicación han llenado muchas de sus páginas hasta el hartazgo sobre el hecho y las reacciones -la inmensa mayoría condenatorias- de un famoso beso dado por un alto dirigente deportivo a una destacada deportista. El conocido fiasco adquirió de inmediato unas dimensiones tan insólitas como imprevisibles. Y sospecho que sus consecuencias en cadena nos seguirán sorprendiendo por un tiempo. No voy a centrar mi reflexión sobre tan lamentable suceso. Pero sí que voy a aprovecharme de ese importunísimo gesto para evidenciar la verdad del título de este artículo: Todo beso tiene “poder”. Hasta el de Judas.

Un estudio reciente sobre el matrimonio señala que a las parejas que acostumbran darse regularmente un beso o abrazo antes de salir de casa por la mañana y otro abrazo o beso por la noche, antes de retirarse, les va mejor que a los que dejan que este gesto se realice o no por la inercia de la espontaneidad o del humor momentáneos.

El estudio subraya que, aun cuando ese beso se haga de una forma distraída, apresurada, mecánica o moralmente obligada, realiza una función importante, a saber, habla de fidelidad y compromiso más allá de los altibajos de las emociones, distracciones y cansancios de un día concreto.

Se trata de un ritual, un acto que se realiza regularmente para expresar precisamente lo que nuestras mentes y labios no pueden estar repitiendo continuamente que lo más profundo de nosotros permanece fiel y firme, incluso en esos momentos en que estamos demasiado cansados, demasiado distraídos, demasiado enojados, demasiado aburridos, demasiado inquietos, demasiado preocupados por nosotros mismos… como para estar tan atentos y presentes como debiéramos estar. El ritual de un beso o abrazo asegura que seguimos amando al otro y que permanecemos vinculados, a pesar de los cambios y presiones inevitables que las circunstancias de la vida llevan consigo.

Esto con frecuencia no se entiende hoy en día. Una sobre-idealización del amor y de la familia destroza con frecuencia la realidad. Una generalizada opinión nos haría creer que el amor habría de ser siempre romántico, excitante e interesante, y que la falta de pasión emocional es señal de que algo marcha mal.

Pero es la fidelidad a la rutina de la vida de cada día, no la luna de miel, lo que en definitiva mantiene a un matrimonio. Es la fidelidad a “estar” simplemente en casa, en la comida de fin de semana, en los ratos “muertos”, pasados rápidamente y de modo distraído lo que sostiene a una familia. Mucho más que la gran celebración o en el espléndido banquete, que en su momento también son necesarios.

La repetición, decía Soren Kierkegaard, es nuestro pan de cada día. Pero no nos olvidemos tampoco de que, con la repetición, cada mentira se convierte en un hecho irreversible sobre el cual se construyen otras mentiras. El beso y el abrazo deben ser, aunque distraídos o semi-ausentes, limpios.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Etienne Girardet)

 

Start typing and press Enter to search