La demencia senil es una enfermedad que fractura la mente de quien la padece y también la vida de quienes se encuentran próximos y, con mucho cariño, desean aliviar sus amargas consecuencias. El padre, la película de Florian Zeller se acerca a esta dolorosa realidad y lo hace desde una perspectiva original y, tal vez por eso, más dura y aleccionadora.

Los primeros minutos de la película transcurren con aparente normalidad: un padre y su hija dialogan; él está empeñado en mantenerse independiente sin necesitar la ayuda de nadie, viviendo tranquilamente en su piso; ella, por el contrario, desea que acepte la ayuda que le ofrece. Muy pronto, la perspectiva de la historia cambia, entrando en escena (la expresión es muy oportuna pues en su origen El padre fue una obra de teatro muy exitosa en los escenarios) personajes desconocidos que pueden descolocar al espectador y dar la impresión de querer someter al anciano protagonista al engaño, como si todo obedeciera a una mentira orquestada con propósitos desconocidos.

Pronto comprenderemos su sentido. El cambio de rostro de los personajes, que provoca la confusión en el padre, es fruto de su mente enferma que ha construido un mundo propio y ajeno a la realidad. En un momento dado conoce a quien se acerca a él, en otro ignora quién está hablándole. El cambio de intérprete es el modo de expresar la confusión interior que lo habita. Es un sentimiento particularmente doloroso para su hija, Anne (a la que interpreta con hondura y sentimiento la actriz británica Olivia Colman) que sufre por él, desea que esté cuidado y atendido en sus necesidades, máxime cuando ella tiene pensado trasladarse a vivir a otra ciudad. El sufrimiento que le produce ver la situación que vive su padre y el abismo oscuro en que se sumerge es uno de los logros de esta enorme película. Anne es una buena hija que ha de lidiar también con la incomprensión y la falta de paciencia de su pareja que desea prescindir del anciano e ingresarlo en una residencia. Mientras ha podido ha estado cercana, cariñosa y comprensiva. Conmueven sus lágrimas y hace mella su dolor.

La singular aportación de Florian Zeller (realizador y autor de la obra de teatro original) es utilizar el espacio fílmico de un modo preciso, como si las estancias donde se suceden los hechos narrados fueran parcelas de la mente enferma del protagonista. La interpretación de Anthony Hopkins está más allá de todo elogio. Los últimos minutos de la película te sacuden en lo más hondo y te dejan un regusto triste pues te hacen sentir con él la tremenda angustia y el profundo desvalimiento en que se halla.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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