La óptica de su ojo
crepita una colección de insectos
con márgenes alfabéticos
que reticula la psiquis de su nombre.
Expuesto al viento,
avanzan sus pies descalzos
entre el vidrio del asfalto,
y las ideas desordenadas
organizan la línea de su extrañeza.
Ha consumido fármacos,
sujetos irreverentes,
territorios,
pájaros y mariposas
y aún no alcanza el arte del desequilibrio.
El loco en sí mismo
dialoga con otro muro,
y los sentidos
reversan la lengua de sus ideas.
Lo contemplo en mi distancia,
y simulo una estrella atenuada
en los párpados posibles de su manicomio.
El loco ha despertado a la razón,
y el caos se desborda en el cuerpo social
que irrumpe la sensatez de un sueño.
Ramón Uzcátegui Méndez, sc