El juicio de los 7 de Chicago

Durante varios meses la sombra de Donald Trump ha amenazado con la posibilidad de un segundo mandato, que afortunadamente no se ha convertido en realidad.

En este contexto, después de cuatro años de gobierno ultraconservador, se estrena El juicio de los 7 de Chicago, que nos hace retroceder a finales de los años sesenta (una época convulsa salpicada de revueltas, protestas contra la guerra de Vietnam, los asesinatos de Martin Luther King, Robert Kennedy o Malcolm X).

La historia es conocida y pretende recrear el juicio a que fueron sometidos un grupo de activistas que durante la Convención Demócrata celebrada en Chicago en 1968 protagonizaron enfrentamientos con la policía y fueron acusados de conspiración cuando la administración de Richard Nixon, ganador de las elecciones, asumió el poder a comienzos de 1969.

El título de la película ya nos anticipa lo que nos vamos a encontrar. Gran parte de su metraje sucede entre las paredes del tribunal que les juzga. Sin embargo, el guion de Aaron Sorkin, también realizador de la cinta, hace que resulte sumamente entretenida y en ningún momento nos invada una forma de aburrimiento. Supongo que detrás hay un eficaz trabajo de documentación que pretende recrear los hechos con fidelidad, aunque no deja de asaltarnos cierta sensación de maniqueísmo. Los activistas son buenos, sinceros, incluso en sus errores; quienes les acusan y juzgan no quedan nada bien parados.

Es cierto que las ideas que representan son indefendibles. Particularmente el juez, interpretado por Frank Langella, un muy buen actor, asume un protagonismo que llega casi a la sobreactuación, resultando en su rigor, casi cómico. El resto del grupo protagonista asume sus roles con profesionalidad y ofrecen unas interpretaciones entusiastas y dignas de mérito.

Es característico de los guiones de Aaron Sorkin (El ala oeste de la Casa Blanca o The newsroom en televisión, y La red social, Algunos hombres buenos, o Steve Jobs, entre otras, en cine) el uso de las palabras como dardos acerados, que transpiran crítica y un humor ácido. Asalta sin rubor dogmas y comportamientos de la derecha reaccionaria y destila una querencia indisimulada por las causas progresistas, al modo estadounidense de entender esto.

Podríamos extrapolar la historia narrada a la situación vivida en Estados Unidos durante el mandato de Donald Trump, particularmente los últimos meses marcados por el movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan). En este contexto, significado por las políticas conservadoras o simplemente desnortadas del presidente, una película como El juicio de los 7 de Chicago es una carga de profundidad contra un presente que, parece decirnos, no está tan lejos de las arbitrariedades perpetradas durante los seis meses que duró el proceso.

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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