Los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne son realizadores belgas que desde hace más de veinte años están construyendo una filmografía rigurosa en la que retratan las vidas de personas privadas de los medios que ofrece el estado del bienestar en el que supuestamente vivimos en Europa Occidental. Sus historias son escuetas, casi una filigrana, que hacen de la elipsis y la sequedad narrativa una marca de estilo, otorgando a sus producciones un tono reconocible. Dos días, una noche, El niño de la bicicleta, El silencio de Lorna, La chica desconocida (comentada en este blog hace tiempo) o El joven Ahmed nos acercan a los barrios de las ciudades belgas (que pueden ser muchas otras de nuestro continente) donde se gestan las historias que enhebran y nos hablan de desempleo, inmigración, infancia y juventud de incierto futuro, familias desestructuradas, y también, en el caso de su última película, yihadismo o cómo se va inoculando en una juventud occidentalizada el virus del extremismo islámico que nutre las filas del fanatismo.

El joven Ahmed tiene 13 años, es musulmán, vive en un ambiente familiar inserto en cierta normalidad europea (su madre es belga), pero el contacto con el imán de la mezquita de su barrio le va convirtiendo en un extremista que hace ley inamovible de los ritos propios de su religión y comienza a mirar con enconado desprecio a quienes no viven como entiende que han de hacerlo. De manera particular se fija en su profesora, a la que considera una musulmana infiel, hasta el punto de proponerse acabar con su vida, llevando a su expresión más radical unas convicciones que en absoluto están asentadas en su mente adolescente.

Ya en el centro de menores en el que ha sido internado se amolda más o menos a los ritos establecidos para su reinserción social, aunque continúa persistente en él una fijación excesiva a las prácticas religiosas. Su aparente acomodación a las normas del centro, su integración en los hábitos del mismo y su trabajo en una granja donde traba relación con la hija de los dueños podrían ser signos de su regreso a cierta normalidad. Pero nada es lo que parece…

Mucho han tardado los cineastas belgas en abordar esta situación, teniendo en cuenta que Bélgica es el país que porcentualmente más ha nutrido las filas del llamado Estado Islámico. Al fin lo han hecho, siendo fieles a su estilo. El cine de los Dardenne ofrece pocos asideros emocionales para que un espectador empatice con la historia que cuentan. Comienzo abrupto, sin preámbulos innecesarios, ausencia de música, interpretaciones muy austeras, duración muy escueta, pues abundan las elipsis que solo destacan lo que consideran necesario para construir la historia eludiendo elementos prescindibles.

Por esto, El joven Ahmed puede resultar poco apetecible, un tipo de cine que parece encajar poco en los gustos o dictados dominantes, pero es de alabar la honestidad de sus realizadores y la invitación que proponen a adentrarse en una realidad tan actual.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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