El imperio del sol

El nombre de Steven Spielberg permanecerá asociado al cine como uno de sus creadores más cualificados. Tiburón, Encuentros en la tercera fase, ET, la tetralogía Indiana Jones son, además de películas muy comerciales, intentos de devolverle al cine gran parte de su componente mágico que los años 60 y 70 le habían quitado. Son películas que intentan revivir el espectáculo de un cine que inevitablemente pertenece al pasado. Sin embargo, Spielberg abrió una puerta distinta en su filmografía con El color púrpura, un melodrama, alejado de aventuras espaciales, en el que explora el mundo, quizá más arriesgado, de las sensaciones humanas. Con ello, Spielberg parece querer demostramos su capacidad de hacer otro tipo de cine. Y en esta línea insiste en El imperio de sol, abriendo un camino que continuó repetidamente con recomendables películas como La lista deSchindler, Munich, El puente de los espías, o Los papeles del Pentágono.

Unas imágenes en picado de un río sucio y portador de muerte y de sueños perdidos de una infancia irrecuperable abren y cierran este film extrañamente seductor, escasamente espectacular a pesar de sus apariencias, intimista más bien, a tono con la aventura personal de Jim Graham, el niño cuya odisea en medio de la segunda guerra mundial constituye el eje argumental del film. A tono con las características del proyecto, Spielberg imprime a la película un ritmo más pausado, más reflexivo, lejos de la rigidez mecánica característica de otros films.

La guerra aparece casi siempre como un telón de fondo, no adquiriendo casi nunca una presencia relevante. En el campo de concentración donde Jim aprende a sobrevivir persisten los ritos de la paz y de la convivencia, apenas interrumpidos por la escasez y los bombardeos de una ciudad lejana. En medio de este ambiente inhóspito y a un tiempo fríamente respetuoso Jim va creciendo, olvidando su infancia, el rostro de sus padres, aprendiendo a reconocerse como sí mismo, alguien autónomo y distinto. Captar ese cambio interior era el reto del film. Y Spielberg lo hace dándole a la última parte de la película un carácter inédito en su anterior cine. Esto puede inducir a muchos a la confusión. Acostumbrados a asociar a Spielberg con acción, puede resultar chocante encontrarnos con alguien introspectivo, analizador de pensamientos (ni siquiera de conductas). Y todo ello visualizado a partir de gestos, lágrimas, gritos, expresiones, dudas, sueños, ataques de euforia y depresiones de un niño que encuentra dentro de sí la fuerza necesaria para sobrevivir.

La película puede sorprender posiblemente a muchos, pero sin duda quedará hondamente grabada en el recuerdo de quienes superen las propias imágenes e intenten penetrar en el clima cálido y nostálgico de los recuerdos. Con ella, una vez más, Spielberg nos ofrece muestras indudables de su talento.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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