Cuando frecuentaba la escuela primaria, me ponía a escribir a espaldas de mi padre, cuando lo veía sentado tranquilamente al fuego. El descubrimiento de la escritura me fascinaba, pero la pasión de leer me ha dado mayores alegrías por la vida fuera. No he encontrado una mejor manera de multiplicar mi alma que convertirme en una abeja que va de libro en libro recogiendo el polen de la sabiduría.

Se cuenta que un hombre paseaba por valles y montañas, cuando, de repente, se le apareció un tigre. Se acostó corriendo como un cohete, temiendo que la bestia le pisara los talones… En esto, llegó al borde de un precipicio, sobre el cual quedó colgado, aferrándose a una rama de higuera. Hacia atrás, el tigre que lo olía; en el fondo, una leona con los dientes afilados listo a devorarlo. Vio entonces cerca de sí un bellísimo higo y, sujetándose a la rama con una de las manos, lo atrapó con la otra. ¡Qué delicia, qué gota de miel!

Esta especie de parábola representa bien el mundo de hoy. Las personas andan tan llenas de preocupaciones, miedos y angustias, que ni saborean las cosas maravillosas que están a su alcance ni se salvan.

Miedo a la violencia y a la inseguridad. Miedo a las guerras y a los terrorismos. Miedo al desempleo y a la marginación. Miedo a las enfermedades cancerosas o al sida. Miedo a los efectos devastadores de la droga. Miedo a una catástrofe ambiental. Miedo al débil dominio de los instintos. Miedo a la influencia negativa de los medios de comunicación. Miedo a la mala utilización del progreso: de la ingeniería genética y de la energía atómica, por ejemplo. Miedo a las armas ligeras y pesadas, químicas y biológicas.

El miedo es el virus más peligroso. Sobre el miedo nada se construye. El miedo paraliza. El pesimismo corta las piernas y las alas del miedoso y produce en él efectos contrarios a sus aspiraciones. Un joven que teme asumir responsabilidades quedará sepultado por las espinas de la existencia. Un padre asustado ante el futuro de sus hijos los rodea de prohibiciones y de murallas que solo los harán inhibidos o rebeldes. Un político incapaz de tomar las medidas oportunas resulta incluso impopular. Un sacerdote o un obispo angustiados fabricarán personas incrédulas o desinteresadas de una fe que no arde ni alumbra.

El miedo es un mísero sustituto de la esperanza y del amor. Pero hasta en el cristianismo se cultivó el miedo. «Ya que no se salvan por amor, al menos que se salven por el miedo» -pensaban ciertos predicadores terroristas del pasado-. Solo que nadie se salva por el miedo. El miedo nos hace el camino tan oscuro que no nos atrevemos a dar un paso adelante.

Y la verdad es que hay cosas hermosas más allá de la avalancha de escándalos, crímenes, y guerras, anuncios de crisis, con que nos aterrizan cada día. No existen solamente las fieras y el abismo; también maduran higos de miel. Para la noche más oscura tenemos en el bolsillo una cerilla por lo menos. En las ocasiones más desesperadas siempre hay una migaja de alegría que no hay que desperdiciar. En los desiertos más secos nunca falta una tímida flor para cautivarnos. Incluso en el más negro pozo hemos abierto, sobre la cabeza, una nesga de cielo azul. Podemos explorar las inmensas energías que existen en nosotros mismos. Podemos confiar en las riquezas interiores de las personas que nos rodean. Y podemos sobre todo confiar en Dios, el cual hasta de los pajaritos cuida.

Saborear el momento presente no es meter la cabeza bajo el ala y cruzar los brazos, quedando suspendido sobre el abismo. Es escanear cualquier señal de salvación. Es mantener viva y ardiente la llama de la esperanza, que Garaudy definió como «anticipación militante del futuro». Apelar al coraje y audacia que hacen grande al ser humano. Moverse, actuar, luchar.

Porque «más vale encender una luz que maldecir las tinieblas». Nuestra redención y la del mundo no se hacen por medio de milagros, sino de pequeños y apasionados gestos. Lo importante es que nos empeñemos, gota a gota, en sembrar minúsculas soluciones y en vivir a todo gas. Si sumamos la esperanza y el coraje, el día de mañana será mejor. Si chapoteamos en el miedo y en la amargura, ya estamos derrotados.

En verdad, lo único que debemos temer es el propio miedo. Y quien dice miedo dice mediocridad, cobardía, manía de vivir sin caja de velocidades.

La parábola que narré al principio tuvo un final feliz: el tigre y la leona se rompieron el uno al otro y el hombre, atrapándolos distraídos luchando, hizo un esfuerzo supremo y consiguió escapar del peligro y regresar a casa. En la boca llevaba un sabor dulce a higo de miel.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Quin Engle)

 

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