EL HERMANO NO PESA

Conmovedora y sabia aquella frágil niña que huía de la lava de un volcán, en Filipinas, llevando a la espalda un niño casi del tamaño de ella.

Le dice un señor, al verla derruida:

– ¡Debes estar muy cansada con ese peso!

Ella respondió lista y espontánea:

– No es un peso, señor, es mi hermano.

Esta declaración, tan densa como sencilla, es digna de un manifiesto revolucionario. En nuestra familia existe quizás alguien que tiene mal genio, bebe demasiado, es drogadicto, está senil… Esa persona no es una carga, es mi hermano.

Miles de portugueses y muchos inmigrantes viven en la miseria. Sacarlos de tal situación requiere sacrificios. Pero no podemos permanecer insensibles ni considerarlos como una carga social. No son un peso, son nuestros hermanos.

Un poco por todo el mundo, los ancianos son arrojados a residencias o votados al abandono. Es fácil verlos como un obstáculo o una carga. No son una carga, son nuestros padres y nuestros abuelos.

La brecha entre los países ricos y países pobres es cada vez más profunda. En todo el mundo, millones de personas intentan sobrevivir con menos de un dólar al día. Se clama por una nueva orden internacional, un mayor esfuerzo de los países ricos. Aquellos infelices no son un peso, son nuestros hermanos.

Mirando ciertas partes del planeta, pensamos con revuelta: aquellos desgraciados destruyen todo en guerras de locos y, después, extienden la mano a la Comunidad Internacional para que les ayude a reconstruir sus países. Es cierto. Pero también es verdad que, normalmente, los culpables de esas guerras son los gobernantes o la codicia de grandes potencias y empresas exteriores; además, quienes pagan los errores son las víctimas inocentes. Estos hombres y mujeres, jóvenes y niños, no los consideramos una carga, son nuestros hermanos.

Los accidentes provocados por la inconsciencia de conductores ebrios o los tontos que conducen en contra-mano me ponen furioso. El odio insanable entre palestinos e israelíes me hace gritar al cielo. Me molesta cuando sé de fraudes y corrupciones, de violencias y otras cosas raras.

Pero, de todos modos, tengo que pensar como la gente buena:

«Aquel hombre que allí va/ seguramente es mi hermano. / No es de madre ni de padre, / sino de Eva y Adán».

Me llegó a las manos un libro de poemas recogidos por un profesor universitario de Venecia, oriundo de Camerún. Algunos de ellos me interpelan fuertemente:

«¿Quién puede derramar/ sangre negra, / sangre blanca, / media sangre? / La sangre no es india, polinesia o inglesa. / Nadie ha visto nunca/ sangre judía, / sangre cristiana, / sangre musulmana, / sangre budista. / La sangre no es rica ni pobre ni remediada. / La sangre es roja. / Inhumana es quien la derrama. / No quien la trae» (Ndjock Ngana, camerunés).

«Amigo blanco, / yo cuando era pequeño, era negro. / Cuando me hice adulto, soy negro. / Cuando tengo miedo, sigo siendo negro. / Pero tú, amigo blanco, / cuando naciste, eras rosado. / Cuando creciste, eras blanco. / Cuando enfermaste, te pusiste amarillo. / Cuando tienes miedo, te pones verde. / Cuando mueres, te pones morado. / Entonces, amigo blanco, / ¿por qué me llamas de color?» (Anónimo).

«Despoja al hombre/ del color de su piel, / del color de su ojos / y verás el color de su mente, / el verdadero color del ser humano» (Ndjock Ngana).

Todos humanos. Todos portadores de la querida y noble raza humana.

Ante esta realidad, lo que nos une es infinitamente más de lo que nos separa. «Así como los Rayos X hacen desaparecer la ropa, los músculos y todo lo que no es esencial, así también ante este nombre de hermanos e hijos de Dios desaparece todo lo demás y queda bien claro nuestro parentesco humano». Son palabras muy exactas de la francesa Magdalena Delbrel.

Bajo esta luz, no preguntaremos si los demás son una carga para nosotros; sino que preguntaremos si no estamos siendo una carga para ellos.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Warren Wong)

 

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