El fuego de la sexualidad

El ser humano es sexuado. Todos nacemos incurable y maravillosamente sexuados. Eso forma parte de un complot entre Dios y la naturaleza. La sexualidad está siempre presente en nuestras vidas. Sin embargo, se ha acusado al cristianismo de negar, o al menos ser ingenuo, sobre el poder de la sexualidad, como si ésta fuese un factor contrario o insignificante para el una vida cristiana auténtica.

Pero observemos cómo la naturaleza parece casi cruel con los jóvenes. Mucho antes de madurar emocional e intelectualmente, están ya dotados de las hormonas de la vida. Cuentan con un cuerpo adulto antes de ser adultos en sus emociones y en su intelecto. Ese fenómeno es fuente de riesgos físicos y morales en un adolescente que crece y se desarrolla en un cuerpo completamente adulto.

Además, hoy en día esto se ve agravado por el hecho de que casi todos inician su juventud a una edad cada vez más temprana y la dan por terminada cada vez más tarde. Una aplastante mayoría quiere seguir siendo joven. Muchos lo simulan. La edad del casamiento o de la emancipación se ha ido retrasando. En muchas culturas una niña o un niño llegan a la pubertad a los once o doce años de edad y sólo unos veinte años más tarde se casarán. Esto plantea el problema de cómo pueden contener emocionalmente y moralmente su sexualidad durante todos estos años.

La pulsión sexual tiene una finalidad muy precisa: que crezcamos y que nos multipliquemos, que perpetuemos la especie humana. La naturaleza es inflexible en esto. Y Dios tiene algo que ver en esta “conspiración”.

Pero no debemos ignorar que conservar el patrimonio genético es mucho más que tener hijos físicamente. Hay otras maneras de ser padres o madres. La naturaleza quiere niños de carne. Sin embargo, hay otras formas de dar vida. Todos conocemos personas que, sin tener hijos, han sido y son personas maravillosamente generativas. De hecho, el celibato religioso se basa en esa verdad. Ello demuestra la poderosa dimensión espiritual de la sexualidad.

La naturaleza y Dios nos someten a la presión implacable de mantener abierta nuestra vida a algo más grande que nosotros mismos y a ser conscientes de que la comunión con los demás, con el cosmos y con Dios es nuestro verdadero objetivo. Nuestra sexualidad es tan grandiosa que nos incita a amar a todo el mundo. ¿No forma parte también esto de la plenitud humana realizada?

La sexualidad es un fuego sagrado. Toma su origen en Dios y está poderosamente presente en el interior de la creación. La vida cristiana nunca es una negación de la sexualidad.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Cullan Smith)

 

Start typing and press Enter to search