El festín de Babette

Una voz en off comienza El festín de Babette casi con formato de cuento y desde sus primeras palabras nos traslada a un mundo más allá de nuestra realidad. Todo sucede en una aldea danesa, donde vive una pequeña comunidad de luteranos fundamentalistas regida por un pastor que gobierna a sus fieles ayudado por sus dos hijas, Martina y Filipa. La rígida convicción del pastor moldea las vidas de éstas que renuncian a un camino de felicidad que les es propuesto por dos extraños venidos de fuera: un militar y un cantante de ópera. Su renuncia a la oferta recibida es una opción, no obstante, carente de tensión, casi una decisión que se impone por sí misma. Pasa el tiempo, el pastor muere, y las dos hermanas continúan su labor manteniendo con dificultades la cohesión en la comunidad, en la que comienzan a surgir rencillas entre sus miembros, muestras de intolerancia y desacuerdos, largamente guardados.

Todo lo descrito ocupa la primera media hora de la película; se trata, en realidad, de un largo prólogo que anticipa su contenido central, que se inicia con la entrada en escena de Babette, una refugiada francesa que, huyendo de los convulsos hechos de la Comuna de París, es aceptada en su casa por Martina y Filipa y comienza a trabajar para ellas. Babette se amolda a la vida rutinaria de la aldea. Unos hechos sobrevenidos inesperadamente provocarán la preparación y el desarrollo del festín al que alude el título.

Tal vez en un tiempo en que se han generalizado las comidas de trabajo –espacios en que se negocia y por ello se prescinde del valor de lo gratuito- la cena que prepara Babette para la comunidad religiosa que la ha acogido puede ser valorada exclusivamente por los platos suculentos y los vinos generosos que constituyen el menú que ha preparado. Sin embargo, su valor va mucho más allá. Y evidencia que compartir la mesa suscita también un compromiso de afinidad con quien se sienta a tu lado. A pesar de los esfuerzos de los invitados por no ceder al placer provocado por el gusto y el sabor de los platos preparados por Babette (lo que su puritanismo censura como una falta imperdonable), la generosidad de ésta termina por imponerse. Y la celebración del centenario del fallecido pastor (pretexto de la cena) se revela un renacimiento de los lazos que les unen y constituyen como grupo cohesionado.

Uno de los invitados, el pretendiente ya lejano de Martina, es el único que en todo momento disfruta de la comida y la bebida y lo expresa con delectación y disfrute, ya que no está contaminado por el rigor de los demás. Imbuido del nuevo espíritu nacido de su experiencia de reconocimiento de sí mismo reconoce el valor de lo gratuito y, por tanto, la vanidad de una vida preocupada por valores que no enriquecen: “Llega un tiempo en el que se abren nuestros ojos, y llegamos a comprender que la gracia es infinita. Y lo maravilloso, lo único que debemos hacer, es esperar con confianza y recibirla con gratitud. La gracia no pone condiciones”.

El festín de Babette, galardonada en su día con importantes premios (Oscar, Premio del Jurado en Cannes) es un placer digno de ser contemplado y saboreado. Es asimismo una propuesta que invita a considerar lo que de verdad vale la pena y a poner nuestra atención en los valores que enriquecen y nos ayudan a crecer.

Y todo ello, sin alardes de cámara ni músicas estruendosas. Solo con unas interpretaciones sencillas y un guion que parece más allá de este tiempo (basado en un relato de la escritora danesa Isak Dinesen), pero que nos invita a situarnos en él de una forma distinta.

(Esta película la tenéis en youtube; podéis verla aquí)

Antonio Venceslá Toro, cmf

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