Es algo común en el cine francés (también en el italiano) proponer películas que plantean cuestiones religiosas o espirituales con rigor y seriedad, lejos de la caricatura o la crítica. De dioses y hombres, o La vida de Marie Heurtin son dos ejemplos. En el caso del cine italiano existe una larga tradición de la presencia cinematográfica de hagiografías, acercamientos a las experiencias de personas que han sido reconocidos por sus vidas ejemplares. La lista sería muy larga. Y este comentario inicial suscita la pregunta por la ausencia en nuestro país de un cine similar (el realizador Pablo Moreno y su productora es una excepción en el yermo territorio del cine espiritual español). Es cierto que abundan películas que proponen valiosas historias entusiastas y reivindicativas de valores necesarios para la convivencia (Icíar Bollaín es un testimonio claro de esta tendencia), pero no así cuando se trata de un cine explícitamente religioso. Desconozco las razones. Pero es aleccionadora la ausencia de complejos de cineastas vecinos para abordar la temática referida.
Traigo esta reflexión a propósito de El creyente (título en español del original La prière –la oración- más explícito y ajustado al eje argumental). Un joven adicto se interna en una comunidad religiosa aislada en un paraje montañoso para intentar superar sus adicciones. La religión, o mejor la espiritualidad, actúa como revulsivo sanador de las necesidades de los jóvenes que, como él, buscan el mismo propósito. La oración y el trabajo son la propuesta de ayuda que se les ofrece. La oración ocupa un lugar importante en la película (abundan las secuencias en que los jóvenes rezan salmos, postrados en la capilla de la casa) sin que en ningún momento resulte algo impostado o cercano al ridículo. Más bien se integra en la historia con naturalidad y sin dobleces (esto diferencia también El creyente de la española La llamada, que aborda el tema de la vocación, sin caer en la burla, pero también sin desdeñar las exigencias de su pretendida comercialidad). En este caso, no hay cartas ocultas. Desde el primer momento se nos muestra la vida sencilla, pero intensa de la pequeña comunidad en toda su ascética humana y espiritual.
Y asistimos durante la hora y media larga que dura la película, al proceso vivido por el joven Thomas que ha de luchar contra sí mismo para resistir las dificultades que ha de afrontar: a las necesidades físicas derivadas de la desintoxicación se unen la rebeldía y la incapacidad de asumir la vida en común con las exigencias que comporta. Es un proceso con sus altibajos, avances y retrocesos, que culmina incluso con un planteamiento vocacional tratado también con seriedad y honestidad. En este contexto, se sitúa también la relación que establece con una joven de los alrededores de la comunidad, que actúa como catalizador y alternativa real de su proyecto vital.
El protagonista recibió el premio del festival de Berlín por su interpretación. Y es que propuestas como ésta no se esconden, ni ocultan sus pretensiones, y ponen a prueban las capacidades actorales de quienes intervienen en ellas.

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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