El comentqrio del Domingo: XX del Tiempo Ordinario

18 de agosto. 20º T O C.
Cualquiera que escuche las palabras de Jesús en el evangelio de este domingo no puede quedarse tranquilo. Sus palabras nos pueden parecer contradictorias con otras manifestaciones hechas en su vida pública: “ha venido a prender fuego en el mundo. No he venido a traer paz, sino división”; frente a “mi paz os dejo, mi paz os doy”.
Pero el fuego del que habla Jesús no es el que destruye los bosques, o el que los apóstoles querían hacer bajar del cielo para destruir a los samaritanos. Ni tampoco el fuego del que habla en el juicio final. Es más bien el impulso del Espíritu, un intenso deseo interior para llevar a cabo el mandato del Padre, y comunicar a todos el amor que nos tiene. El fuego con el que el Bautista anunció que nos bautizaría. El mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles en Pentecostés como lenguas de fuego.
Cuando en sus primeros días de vida fue presentado por sus padres en el Templo, el anciano Simeón anunció que el niño sería “signo de contradicción”. Cuando alguien toma partido por él, puede que no sea bien mirado por los que no están de acuerdo, y esto crea divisiones y falta de paz. Incluso en los miembros de una misma familia llegan a darse estas situaciones. Pero es que ante su mensaje no podemos quedarnos neutrales: “el que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”.
El ser seguidor de Jesús lleva consigo la lucha, el tomar la cruz de cada día. Es comprometerse con el mismo fuego que impulsaba a Jesús. Como los discípulos de Emaús, tras reconocerlo: “¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras por el camino?”
Escuchar su palabra, compartir su cuerpo y su sangre nos han de inflamar por dentro. Solo así consigue el discípulo la paz interior, la que nos trae Jesús.

Juan Ramón Gómez Pascual, cmf

 

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