23 de septiembre 2018. Mc 9, 30-37
El evangelio de este domingo nos dice que «Jesús iba instruyendo a sus discípulos», pero que ellos «no entendían aquello». Estaban «en otra onda». Siguen pensando en honores y preferencias. Jesús les tiene que aclarar las condiciones para ser su discípulo: servidores de los demás, empezando por los más humildes.
Hay muchos cristianos que no han comprendido (¿aceptado?) el contenido de las palabras de Jesús. Les resulta más fácil acomodarse a los deseos de este mundo y desearlos, que aceptar algunos principios cristianos que nos resultan difíciles. Aceptar la cruz de cada día, las dificultades que nos presenta la vida, los sinsabores del mal, la enfermedad o la carencia de medios necesarios, nos resulta complicado.
Nos cuesta entender y vivir lo que nos pide Jesús. Todos queremos que nos aplaudan, que nos admiren, que nos consideren. ¿A quién le puede gustar ser el último o el servidor de todos? «No he venido a ser servido, sino a servir y dar mi vida por todos», nos dice Jesús. Y lo hizo. Si queremos ser sus seguidores tendremos que aceptar este criterio en nuestras vidas.
En el Concilio Vaticano II, la Iglesia (todos los cristianos) se declaró «servidora de la Humanidad», y no dueña y señora, que todo lo sabe y a quien todos han de servir. Jesús se entregó por nosotros, y nosotros debemos aprender a entregarnos por los demás. Por mucho que nos cueste.
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf