19 Agosto 2018. Jn 6, 51-58
Tras la multiplicación de los panes y los peces Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan de la vida”. Ellos replicaron: “¿Qué signos haces para que creamos en ti? Después les dijo: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y los judíos se preguntaban: “¿Acaso no es éste el hijo de José y de María? ¿Cómo dice que ha bajado del cielo?” A continuación Jesús les dijo: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Y los judíos comentaban: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”.
No reconocieron sus signos, no lo aceptaron como persona, rechazaron su mensaje.
Las palabras de Jesús nos llevan, por el camino de la fe, a aceptarle como pan de vida. Sus palabras nos invitan a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros los efectos que él anunciaba: vivir para siempre; permanecer en él; estar íntimamente unidos a él. La participación en la Eucaristía ¿nos hace más fuertes en la fe? ¿Es nuestra fuerza en la construcción de un mundo mejor? Comer su carne y beber su sangre ¿nos hace estar más unidos a él? ¿Qué efectos tiene esa unión a lo largo del día en nuestra relación con los demás?
Que la participación en la misa del domingo y en la comunión de su cuerpo y de su sangre, nos una a los que compartimos la misma fe y nos haga entender que estamos llamados a la vida que él nos da.
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf