25 de Febrero 2018. Mc 9, 2-10
Siempre que leo el pasaje del sacrificio de Isaac me impresiona la actitud de su padre Abraham. Confió en Dios y dejó su tierra para ir a lo desconocido. Esperó en la promesa de que sería padre, y hasta muy avanzada edad no se cumplieron sus sueños. Y ahora Dios le pide que le ofrezca en sacrificio a su hijo Isaac, en quien se realizaría la promesa, y no duda en hacerlo.
¿Qué sentiría en su corazón?¿Abandono, olvido por parte de Dios? En medio de la terrible prueba, sus palabras: «Dios proveerá». Y Dios vuelve a salir a su encuentro. Por su fidelidad, se cumple la promesa de Dios y será padre de multitudes. De él nacerá el pueblo de Israel. Es el padre de todos los creyentes.
Y nosotros parece que no terminamos de fiarnos de Dios. Siempre necesitamos sentir «las espaldas cubiertas». Siempre deseamos una señal, queremos una garantía. ¡Este es mi Hijo, escuchadle! Y aunque nos haya dado esa señal en la resurrección de Jesús, seguimos sin fiarnos. No acabamos de entender.
Los apóstoles tampoco, a pesar de que se transfiguró ante ellos y les mostró la gloria.
Las dificultades de cada día no han de empañar la visión de lo que Dios nos tiene prometido. Nuestra fe y confianza en la palabra de Dios ha de reforzarse con las señales que Dios nos da cada día, pero que debemos descubrir.
Juan Ramón Gómez, cmf